“Niña, adolescente, los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica.”

lunes, 31 de agosto de 2009

“Boquitas azules, violáceas, negras”



Dobla carta y recorte entres partes y los coloca en el sobre. Los saca con un movimiento brusco, despliega la carta y la relee. Toma el recorte y lo besa varias veces. Vuelve a plegar carta y recorte, los pone en el sobre, al que cierra y aprieta contra el pecho. Abre un cajón del aparador de la cocina y esconde el sobre entre servilletas, se lleva una mano a la cabeza y hunde los dedos en el pelo, se rasca el cuero cabelludo con las uñas cortas pintadas de rojo oscuro. Enciende el calefón a gas para lavar los platos con agua caliente.
(Puig, 2004: 20-21)


Mi imagen y yo

En algún papel leí, hace años, que el infierno estaba minuciosamente conformado por los ojos ocupados en mirarnos. La frase, entonces, no era de Borges ni de Sábato ni de Sartre ni mía. [...]

En cuanto a , hace años que aprendí el arte de afeitarme al tacto, para evitar la opinión del espejo, para acudir al trabajo sin el peso de otra depresión. Es que mi imagen – ustedes me lo muestran – avanza, desde hace tiempo, separada de mí. Mientras yo permanezco adolescente, calmo, interesado en lo que importa, bondadoso y humilde por indiferencia y por la asombrosa seguridad de que no hay respuestas, ella, mi cara, ha envejecido, se ha puesto amarga y tal vez esté contando o invente historias que no son mías sino de ella.

(Juan Carlos Onetti en Sara Facio, Alicia D'Amico: Retratos y Autoretratos. Ediciones de Crisis, Buenos Aires 1973)


El existencialismo ateo que yo represento es más coherente. Declara que si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre, o como dice Heidegger, la realidad humana. ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después, y será tal como se haya hecho. Así, pues, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Este es el primer principio del existencialismo solución.”



Jean Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo

De nuevo esa sensación de náusea, y el incorregible estadio de trance intermedio.
Y yo seguía leyendo Rayuela, porque a la par de aquel creciente desfallecimiento surgía - también - una emoción clara e intransigente.
Aquella emoción me devolvía a la vida, aunque a veces parecía que me la quitaba. Misma emoción para dos acciones tan opuestas (la dicotomía del nacer y morir). Pero aquella emoción me traía vida, al menos MI concepto de vida, aquella páginas me devolvían el Ser.
Llovía como hacía mucho que no, y la clase de Literatura versaba sobre El eternauta y las hipótesis sobre la nevada radiactiva, y aquel viajero del tiempo.
Pero N no estaba allí, N seguía embobada con los artilugios de Dalí y elevada hasta el Cielo por la anacronía de Cortázar. La noche anterior había reflexionado sobre ello, y al llegar a la escuela esa mañana se sentía casi ajena, casi alejada, pero sin que le generara ningún tipo de extrañeza.
Último año de escuela, hermosa brecha y perfecto atizador para la Libertad Consecuente. El año próximo Letras, y ésa tarde Sartre, Chopin, Goyeneche, y por la noche la carpeta de Cultura porque a la mañana siguiente había prueba de Lógica.
Había pasado la tarde anterior conversando con Fabricio, rechazando la invitación de Emilio, pensando en qué estaría haciendo Pablo. Y tantas dialécticas distintas que encontraban un punto de inflexión en ella. N no quería más que leer y escribir, frenéticamente, estrambóticamente, a uso y abuso de lo que quedaba de genialidad en ella para encontrar lo que sea que estaba buscando. Leer, pintar, escribir, viajar, vivir...
El atisbo de realidad le llegó de pronto, la golpeó incestuosamente, la despeinó y le quitó el aliento. El diorama de ficción como papel de filtro para lo que sea que saliera de su cabeza, y pensar que a la mañana siguiente sería la evaluación de Lógica ¿De qué clase de tautología estaría hablando? Y la causa de la invasión extraterrestre, y el reloj de la profesora, y el papel de caramelo de menta sobre la mesa, la presión baja y el rostro de N casi transparente hasta la estúpida palidez.
Casi las diez y media, el recreo a punto de comenzar. Rayuela en su regazo, lapicera chorreando tinta en sus manos, la gente alrededor y ella sin estar.
"Estás irreconocible, N, tan distinta" Le había dicho su madre, con cierta preocupación y comparando de manera retrospectiva. "¿Cómo estás, N, cómo-está-TODO?" Le preguntaba en cada charla su padre con el acento de la cordialidad que funciona sólo para entendidos, acentuando la última porción de incógnita y subrayando con aquella palabra una cosa muy puntual y poco abarcativa. Todo estaba bien, TODO estaba, todo. Pero todo había cambiado, y eso era lo que más le gustaba a N. Mientras el mundo se siguiera moviendo al ritmo de ese arrabal y con la ciudad respirando entrecortadamanente, ella seguiría persiguiendo, persiguiendo, persiguiéndose acaso, lo que fuera...
N quería leer, N quería escribir, N tenía sed de vida y aborrecimiento de ella a la vez, N con fuerza, N con polifonía, N con vorágine y tempestad, se le hace agua la boca...
Los mensajes de Fabricio, la persecución de Emilio, Oliveira y su querido pavloviano. "No te podía dejar pasar" jaja, qué gracioso, F. Era exacto lo que le sucedía a N, no podía dejar pasar la oportunidad de sentir todo lo que estaba sintiendo, las emociones, las sensaciones, las ideas, los sueños. Al carajo con los lineamientos, a la mierda con los prejuicios, y dos mil años de historia le daban permiso (así complacería a Goethe)
Todo era todo, era mucho, era un infinito apelmazado entre sus manos ¿Y qué hacer con eso? TODO era un todo hermoso, fatídico, angustiante, excitante, desconcertante, rayando la locura en la ignorancia amedrentada por tanto saber... Miró a su alrededor, y todos ellos conversando, cada uno un microcosmos y el Gran Universo sostenido por sus existencias, cada tacto escoge qué relieve desdecir.
Y de pronto quiso correr, bajo la lluvia, lastimarse la piel con el frío cortante, mojarse el rostro y reírse con desenfado. Desesperada ante lo nuevo, lista para ver más allá.
Ni siquiera le gustaba tanto lo que estaba escribiendo, pero las palabras le exigían salir (a ella, que jamás les discutía su mandato, extraña dictadura la de las palabras ahogadas) y alguna vez, recordó, había escrito "No me salen las palabras, se atropellan, se ensimisman..." y alguna vez le había dicho "Nos veremos, yo acá me quedo y acá espero también..." alguna vez después de esas líneas se tomó un colectivo y esperó ir a ningún lado. Qué lindo ¿no? viajar a ninguna parte, acto mismo de viajar, acto mismo de ser. Quizás se bajó de ese colectivo, pero parte de sí quedó allá, y habrá seguido hasta la terminal y se habrá dormido apretujada contra la ventana entreabierta porque el aire no la dejaba respirar.
N nunca estaba segura de qué estaba buscando, pero había encontrado dulces perfidias en el camino. Qué adorables tesoros, qué espinas haciendo sangría y el ímpetu del yo en disfrutar del dolor que inspira poesía (y ahora Werther en su más honda estupidez, y nuevamente el ególatra victoriano)
La Maga camina destilando una calma absoluta y bella que se traduce en turbulencia, una melancolía monocorde con el erótico vibrato crepuscular. Y Xaj la había llamado la noche del Sábado y le aseguró que con la viola podía dibujar esa melacolía, esa que era ella, ese gris constante, ese índigo incapaz de desteñirse en cualquier solvente.
El cuadro de Magritte, el moño (Channel) en la cabeza de Gala, la sonrisa de Amelié, el "Baby, Baby, come and get me..." improvisado a lo Janis Joplin. Ya no era necesario contabilizar las punzadas que golpeteaban su ser, o contar los moretones, porque bastaba traducirlos en Letras, hacerlos canciones, dibujarlos con carbonilla y sostener lo poco que se puede sostener. Siempre que terminaba un texto, una pintura, una canción, miraba y se veía, éso era un espejo y le parecía magnífico.
Entonces todos somos una naranja mecánica, y el ser humano es una antena a la que hay que entrenar para captar todas esas increíbles longitudes de onda sin restringirse a la productividad (a esa onda en especial, la H1N1, como la que había ensayado con Xaj) N no estaba allí...
N siempre estaba más allá... ¿Estaría muerta? De vez en cuando lo pensaba, de vez en cuando atribuía a la muerte aquellas sensaciones de surrealismo extraterrenal que la alejaban de todo. Todo aquel delirio de omnipresencia que algunos tildarían de narcisismo.
Tocó el timbre, escuchó unos acordes de guitarra en el fondo del salón, la preceptora ordenando, los chicos entrando al aula, la vida sin continuar que continuaba esmerándose por no escatimar en gastos.
Afuera llovía, acá no había aire, y qué pena no poder estudiar respirando la tierra mojada.
Nadie mataría en su alma el deseo ferviente de desenmascarar ese hábito peliagudo y doctrinario que encontraba su paroxismo ideológico en las instituciones arcaicas diseñadas para especular con el amor, reducido a costumbre occidental. N no quería casarse, ni formar familia, aunque esto último podría cambiar no creía que lo primero lo hiciera.
Y de nuevo a la clase de Literatura, y el planteo de hipótesis, de nuevo ciencia ficción, y N quería leer a Pizarnik. Después vendría Proyecto de Investigación y esperaba el resultado de su prueba, recordando haber escrito algo que distaba mucho de la materia pero que de alguna forma relacionó con Mario Bunge y la Ciencia aplicada (¿Por qué continuar hablando del método experimental cuando teníamos las vanguardias del sigo XX y el dadaísmo para explorar y subvertir?)
Después de todo, por qué seguir siendo una fantasma mecánica (y no exprimir el jugo aguardando a formar aquella solución astringente que deborara a los fantasmas viejos, con aliento a vino barato)
Buenos Aires, y menos que eso, el Conurbano, y menos aún, San Miguel, y más precisamente, una esquina entre Conesa y Paunero. En un rincón visto siempre pero jamás retratado, una mina cualquiera se cruza y un pibe la mira para confabular. ¿Te acordás la pequeña persecución, Emilio? casi risa, casi gracia, casi ternura, fue interesante... Yo venía de Capital, de otro de mis escapes ilegales.
Será que mis diecisiete son una definición ontológica para plastificar el tiempo. Yo NO tengo edad, yo soy el acto mismo de Ser, y ser es la mejor forma de probar que existimos, de sostener la realidad...
Y existir... ¿Hay algo menos lógico?
Finalmente la náusea iba desapareciendo, porque había vomitado gran parte del malestar (pero siempre quedaba) Y se rió de sí misma porque de pronto se imaginó, imaginó su interior, como una gran despensa con delirio de artista, escupiendo melancolía y relacionando casi simbióticamente al amor y a la mentira en una danza sin piedad. Casi una Eva de Mark Twain. Y siempre Casi, porque nunca se es completamente.
Y Borges el artífice de la Web porque fue él quien dio inicio a la virtualidad con su escritura abriendo un sinnúmero de ventanas al lector. Diario La Nación, del Domingo anterior.

Carta-denuncia de B para N

" N:

Estás en la nebulosa. Te llamo y no me respondés, y en caso de que sí (si lo hacés) es con poca vida, tu expresión es igual siempre, poca vida (nada), ninguna emoción te cambia...
Voy a escribirte una carta, pensé. Pero, me pareció más divertido, escribirte en forma de cuento, de ese tipo de cosas que hacés vos y utilizando palabras extrañas, raras, que no están en mi vocabulario (quizás sí en el tuyo)
Dormís, callás, llorás, soñás, leés, escribís (todo el tiempo). Nada. Ni una chispa de vida.
No sos la misma que conocí, Naty, llena de vida, llendo de un lado para el otro todo el tiempo, haciéndo mil cosas a la vez.
Despertate, nena, quiero verte reír un día entero.
Volvé.

B."

domingo, 30 de agosto de 2009

"Dadá manifiesto sobre el amor débil y el amor amargo", VIII (1924)



Coja un periódico

Coja unas tijera

Escoja en el periódico un artículo de la longitud que cuenta darle a su poema

Recorte el artículo

Recorte en seguida con cuidado cada una de las palabras que forman el articulo y métalas en una bolsa

Agítela suavemente


Ahora saque cada recorte uno tras otro


Copie concienzudamente

en el orden en que hayan salido de la bolsa

El poema se parecera a usted


Y es usted un escritor infinitamente original y de una sensibilidad hechizante, aunque incomprendido del vulgo.


"el surrealismo habrá servido por lo menos para dar una prueba experimental de que la total esterilidad de los intentos por automatizar han llegado demasiado lejos y han llevado a un sistema totalitario...La pereza contemporánea, y la total falta de técnica, han alcanzado su paroxismo en la significación sicológica del uso actual de la institución universitaria".
No se detuvo a mirar si todo en la habitación estaba dispuesto de igual forma desde la última vez. No tenía necesidad de hacerlo, y aún no podía. Habiendo entrado, así de repentinamente, sintió que irrumpía en su propia imágen pasada, sintió que no tenía derecho a estar allí y la verguenza le acicaló el cuerpo. Allí estaba, allí sin observar, casi sintiendo que era observado por todo lo demás y sin ser él quien arrojaba luz sobre las sombras del espacio. El antiguo espejo, las paredes claras, la ventana cerrada y las cortinas lavanda, las podía ver sin mirar. Un escalofrío le recorrió el cuerpo entumecido por el cansancio... Largo viaje hasta allí, largo viaje atravesando el océano para repatriar su identidad. Tanto tiempo había pasado y sin embargo hay cosas que nunca cambian, hay cosas que basta con recordarlas para que vuelvan a ser lo mismo (lo que siempre fueron y uno no lo entiende, claro)
C est moi, querida habitación, C est moi...
En esa habitación donde vio nacer y morir esperanzas, donde experimentó sus primeras tristezas y escuchó la música a la que se haría devoto de por vida. Donde escondió secretos, descifró viejas verdades, escupió miseria y respiró codicia. Y hasta recopiló angustias encorsetadas con el torso de alguna mujer que lo entrenó en el arte del erotismo. Fumó los primeros cigarrillos y redactó los primeros ensayos. Aquélla habitación tenía el sabor agridulce del recuerdo que marca.
(...)

sábado, 29 de agosto de 2009

No desempaques aún
porque quedan caminos por recorrer,
Y aquellas veredas pedregosas donde las luces están a medio prender...
No entrecierres los ojos,
Te duele mirarme así de crudamente,
Sin nada más que lo que somos
no desempaques aún...



El silencio, cláusula irrevocable de las noches en vela, revistió los intersticios de mi conciencia que (esta vez) se escapó lejos...
Las ondulaciones, las sinfonías, los relieves, los detrimentos... Qué hermoso vaivén y qué poco el tiempo, qué hermosa la noche y qué corto el crepúsculo...



Un pedazo de invierno
cayéndose de la ventana,
se destiñe en la humedad,
se descompone en la mirada
que de lejos se anticipa
la llegada de la primavera
esa temporada que la irrita,
porque ella no quiere flores
quiere capullos que se abran en sus manos,
¡oh no, no quiero flores perfumadas!
(hojas tontas y pétalos inmundos,
el absurdo acalorado, la vorágine del suburbio,
cubiertos de la miseria del amor de turno.
Aunque había que admitirlo,
lucían bien.)

yo quiero invierno, gris y fresco,
encuadernando los recuerdos,
enmarcando recorridos,
de la mano del olvido.

un pedazo de invierno se guarda mi alma,
y las calles no vuelven a ser lo mismo.




(en una noche que no se parece en nada a la de ayer)

No me salen las palabras. Se atropellan, se ensimisman, se enlistan para partir y se destrozan en el camino. Estallan, se absorben, brotan y se evaporan otra vez. No me salen las palabras, en cambio, se acumulan las imágenes, imágenes como diapositivas del pasado-del presente-de lo que sea. El desdén y el desasosiego, la respiración acelerada, tus manos, mis piernas, la vida, las sábanas. El balcón, las persianas, las cortinas, la seda, las medias de nylon, las botas, la pollera, la camisa, el cabello enredado. No me salen las palabras porque la verdad me encandila, las mentiras susodichas edulcoran al Arte en la oscuridad. Mis labios, mi saliva, tus ojos, tu boca. Mis dedos, tu lengua, mi cuello, tu torso desnudo. No me salen las palabras, pero se me caen los suspiros y los gemidos desde las comisuras y sacudiendo todo el cuerpo tendido. Más bien los arrancás, los estirás, los tomás y son más tuyos que míos, estas exhalaciones e inhalaciones desesperantes y agitadas. Mi cuerpo se hace más tuyo que mío, menos mío porque más tuyo. Y no me salen las palabras, porque el silencio dice más y estás demasiado adentro mío como para decir algo. Algo rompería el sortilegio, ese algo desataría el nudo tirante, que de tan tirante arranca y lacera pero que no deja de derramar placer.
Entonces se enciende un velador y la respiración se aquieta. El humo del cigarrillo y la mirada confundida. Las piernas que se acomodan, la sábana para alejar el frío. El ventilador dando vueltas y vueltas y vuelta a las palabras que no van a salir. No hacen falta, no. No hacen falta las palabras. Los besos, las cosquillas, los susurros, los pedidos, las fantasías, el calor y la sangre, la piel contra piel, como el verano de los niños. Era una imagen tan de los cuarenta que sentí casi el espíritu del Idol al que nunca me parecí. Y las palabras seguían sin salir, cuando suelo hablar tanto y casi instintivamente.
El balcón y la calle, la calle y los autos, los autos y la gente, la gente y el concierto de luces de la capital de noche. La noche y nosotros. No salen las palabras, no salen, no se dignan a salir. Pensarás que estoy hecha de residuos, que soy un pequeño trozo de basura destilado del caos en el que me encontraste. Pero no es nada de eso, es sólo que las palabras no me salen, y con vos al lado mío prefieren esconderse y dejarme vivir. Los tacos haciendo ruido en el piso embaldosado, las escaleras encolerizantes, la figura barroca y el Buenos Aires de ayer.
La puta madre, las palabras todavía siguen sin salir.



Caminando esas calles sola, la Maga se inventaba finales alternativos a su caminar nocturno. Quizás alguien salía de la nada, tal vez un asaltante. Tal vez una bala le atravesaba el pecho, y sintió cómo sus ojos se abrirían grandes. Una bala en el pecho haciendo un agujero en sus pectorales, así debía de sentirse, como un instante interminable y un frenar del tiempo tan repentino que todo lo demás se sacude en uno. Todo lo demás sacudiéndose y cayendo, como libros escupidos por enormes estanterías. Pero ante todo, nada de eso ocurría. Sentía una bala en el pecho y que alguien le había robado, pero ella caminaba sola del brazo de su madre, en aquellas calles oscuras y alumbradas por postes de luz casi naranjas en su amarillo, casi lunáticos en su inocencia. Qué linda noche para no dormir y escaparse… Todas las noches era para la Maga el hospicio perdido.
Siguió caminando e imaginando los finales alternativos. Tal vez un secreto descubierto, tal vez un hallazgo en el suelo, a lo mejor ser testigos de un crimen, u observar a una pareja peleando. Agudizó la vista como para predecir el siguiente movimiento, pero la noche estaba tan quita que casi se sintió triste.
Quizás alguien hiciera sonar su celular, y sintiera el frío cortando su frente, o a lo mejor caminaría tan rápido que se torcería el tobillo y gritaría de dolor en una esquina desierta mientras su madre llamaba a alguien para auxiliarla.
Pero ante todo, nada de eso ocurría. Los cabellos se le enredaban en la cara. Y ella sentía los tobillos quebrados y a su madre en una silente complicidad y a alguien buscándola en algún rincón del mundo. Alguien buscaba a la Maga, alguien al menos la estaba buscando… Pero ¿la encontraría?
Y de pronto miró el firmamento azul teñido de negro, y sintió que quería abrazarse al viento. Con aquel cielo enlutado por la pérdida de paciencia de la Maga respecto a la vida. La Maga no era paciente, no, nada de eso. Necesitaba un abrazo del viento, un abrazo ventoso. Pero no, del viento no, porque el viento se escurre. Un abrazo ventoso no, porque esos son los que más duelen. Le bastaría abrazarse a un árbol de fuertes raíces, no le importaba parecer loca. Fusionarse con la corteza, ser un talo falciforme. Pero las calles estaban demasiado desoladas, y hacía mucho frío, y demasiadas caras raras como para detenerse a cumplir oficios ecológicos para sí misma.
La Maga y su madre caminaban cerquita, una del brazo de la otra, faltaba poco para llegar. Habiéndose tomado el colectivo equivocado, bajaron en una parada cuyas gentes circundantes no eran de fiar. Caminaban rápido y mirando para todos lados. Ya habían asaltado por ahí. Con la respiración casi contenida y la vista agudizada caminaban rápido. La falda de la Maga bailando en sus piernas, y el cabello negro y despeinado. Las botas de su madre apurando el paso y sus labios balbuceando una suerte de oración.
Y las cuadras se hacían kilómetros imposibles de recorrer. Una fatiga de insolación le pesaba en la frente. Un sabor amargo en la boca, en su boquita destilada. Un rostro ya sin color. Sentía que ya no estaba en su cuerpo, que su alma se había hecho vapor. Qué reflexiones idiotas de repente entorpecían su andar.
Oh, Darling… Casi Werther en su más hondo capullo de tristeza barroca. Asqueada de la nada misma, besuqueando a fantasmitas de ilusiones rotas. Filosos pedazos del caparazón de los dioses que renunciaron a su fascinación. Suspendida en una última nota de esperanza y sonriendo con fatalidad, con ese ilustrado ademán sardónico. Qué linda noche para morir…
¿Qué sentido tenía seguir allí…?
Qué linda noche para morir, pensó y se sonrió porque aquélla era el retrato de la culpa compungida. Un ensayo sobre una muerte, un ensayo sobre el suicidio. La mejor forma de agonizar es seguir con vida, la muerte es honesta, la muerte es limpia. La vida, en cambio, se ríe y festeja el dolor como quien pincha repetitivamente su dedo en espinas infectadas. Enfermiza… se sentía enfermiza. Pero había algo en todo eso que le impedía partir… ¿Instinto? ¿Proyectos? ¿Personas? ¿Argumentos?
Los cronopios de siempre. Y siempre igual de sola.

jueves, 13 de agosto de 2009

Rayuela, Julio Cortázar

" Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo de aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua. "

Ceremonias, Julio Cortázar

" Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanando en su sillón favorito, de espaldas a la puerta de lo que hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi enseguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente resteñaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contras su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir.


Letra de la canción
Muchacha (Ojos de papel)
Intérprete: Almendra


Muchacha ojos de papel,
¿adónde vas? Quédate hasta el alba.
Muchacha pequeños pies,
no corras más. Quédate hasta el alba.
Sueña un sueño despacito entre mis manos
hasta que por la ventana suba el sol.
Muchacha piel de rayón,
no corras más. Tu tiempo es hoy.
Y no hables más, muchacha
corazón de tiza.
Cuando todo duerma
te robare un color.
Muchacha voz de gorrión,
¿adonde vas? Quédate hasta el día.
Muchacha pechos de miel,
no corras más. Quedate hasta el día.
Duerme un poco y yo entretanto construiré
un castillo con tu vientre hasta que el sol,
muchacha, te haga reír
hasta llorar, hasta llorar.
Y no hables más, muchacha
corazón de tiza.
Cuando todo duerma
te robare un color.




Tocó sus labios con las yemas de sus dedos. Qué espectáculo era su boca, rellena y delicada. Acompañó las comisuras y dibujó un par de surcos superiores. Qué bonito color, qué suave al tacto. No la besaría, se limitaría a tocarla, como para no romper el hechizo...
Tocar esos labios era abrazar el cielo. Tocando como para resignificar las facciones prefabricadas, como volviendo a diseñar lo que acaso era ya perfecto. No le importaba nada más, tan sólo así se mataba al tiempo.
Ella estaba allí, lejana y extática, inconsciente y hermosa más que lo que jamás podría haber sido... Sentía que se deshacía bajo sus roces, que se quebraba a través de sus dedos. Imaginó que de seguro ella lo sentía y lo disfrutaba de igual manera, incluso más.
Era como derretir al hielo, transmutación de almas y silencio compartido.
Así ella sería siempre de él, con sus labios rojos, sus ojos negros y su detención perpetua. Y los párpados amoratados escondiéndoselos...
Pensó en sostenerla entre sus brazos para que ya no se le escurriera, como se escurre un trapo en las manos de una lavandera vieja. Pero ella antes era terrible... arena movediza, agua salada que arde, duele, y que pica y se pega a la piel reabsorbiéndose demasiado rápido...
Ella se evaporaba y desistía en las dunas cenizeras con las que cada tanto chocaba. Pero ahora que la sostuvo fuerte, los labios de la mujer que ya no era mujer sino aire le dolían como nunca...
Y en el silencio de la noche continuó rozándola, acaso deseándola con la fuerza de un milenio. Justo antes de amanecer, besó su boca y se dedicó a beber hasta el último sorbo que sirviera su cuerpo ya sin sangre...
Sangrar hasta secarse y arremolinarse en su conciencia.
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N hizo silencio. Como para escuchar los ecos de lo que significó su existencia. Su propia existencia puesta en duda.
N se encontró flotando, casi volando, pero arrastrando sus pies en tierra. Sus pies que se ensuciaban y pesaban. Se sintió crucificada y nunca jamás repasó esa parte de la historia del Génesis.
N se sintió con suerte, se sintió libre. Si aquéllo era morir, no era tan malo como había imaginado.
Sintió un leve frío pero no llegó a lastimarle el alma.
Se asustó al principio, tal liviandad era tétrica. Como convertida en Abbadón. Como declarando ante Lucifer. Pero demasiado lejos del Cielo y del Infierno.
No podía continuar cerrando los ojos, en el caso de estar por llegar a las puertas del otro mundo debía cuidar de no chocar contra el roble sagrado.
¿Quién la esperaría allí? Se sintió así de sola, pero como si siempre lo hubiera estado en realidad (y de pronto estallaba como puñetazo en su pecho vacío). Como si repentinamente toda su vida se hubiera reducido a un instante de intensidad perdurable pero acaso no más que un sueño. Todo se tornó lejano, hasta su propio cuerpo, su propia carne que dejó de serlo. Se sintió un espectro, se sintió neblina, y se sintió bien con eso. Todo se tornó lejano, y se encontró engendrando en sus entrañas una suerte de deseo... Prolongar su estadía allí.

Después de todo, no necesitaba de palacios celestiales, ni del infierno muerto de sed. N quería quedarse suspendida, entre esos ávidos vapores de humedad y niebla gris... Brumas que no herían al tacto y cobijaban su ser.

Una nueva fantasía que crecía adentro suyo. Un nuevo hijo. Uno hermoso y sólo suyo, tan suyo que depositaba en él su existencia.

Vivir. ¿vivo? No existía tal palabra en el espacio donde ella estaba (en la sombra de las verdades que no se revelan). Nunca estuvo viva. Eso a lo que llaman vida, no es más que una bizarra ilusión conjugada en espejos, si cada ser humano está tallado en los mismo cristales (con la misma arbitrariedad compungida) el mismo genoma replicado y traducido y remendado, el rostro de la humanidad es el mismo...

N nunca estuvo viva y siempre lo supo en su interior.

Cuando N despertó, aquella mañana que acariciaba su vientre, supo que durante la noche asistió al entierro de su conciencia.




No es que seas esa brisa que se desata a la mañana,
ni que signifiques algo más que un crepúsculo temprano,
ni que diginifiques mi pasado o mi juventud,
arrasando con lo último de mis tiempos dorados.
Ni siquiera cuando abro mi ventana,
y observo el horizonte, te veo lejos y desamparado.
Tal vez te bsuque en algún arabesco,
en algún aforismo desdecido en el Cielo,
tal vez me pregunto cada tanto, si vas a pasar por acá...
No es que seas más que lo que nunca fuiste para mí.

martes, 11 de agosto de 2009


"Le dolió hasta verse a sí misma, vomitando restos putrefactos

de su propia identidad. Sin esperanza y sin sentirse más allá...

Escupiendo pedazos de alma. Las náuseas de lo cotidiano. Y

entre tantos sabores ajenos, sintió el asco de saborear la

muerte. Y casi deja de respirar, ciertamente, cuando descubrió

que era su paladar el destinado a ello...
"
"Y mirando así de atentamente...

Entendió que el sol sale cuando no lo

buscamos...
Cerró el paraguas cuando cesó la lluvia y se cansó de

aforismos insensatos..."

Él la conoció libre y ella jamás aceptó más que la libertad… Porque Verónica se reviste de Josefina, y ambas son facetas de su cuerpo hecho vida, de su cuerpo hecho penumbra y tempestad.

Él la conoció libre, y ella no aceptaría menos que la libertad…

... Libertad a la que se aferró por redescubrir a la vida zumbando entre palabras, a la par de que se despertaba del letargo de esa etapa que vivía (despertándose dormida, luego de un adormecerse que casi amenazaba su estadio vital)

Ella lo conoció en uno de esos espacios de virtualidad, lo conoció casi lejos y cerca, cercano y lleno de ternura, en uno de esos mundos en los que las palabras de pronto tomaron un verdadero sentido y completamente abnegado para sostener el permiso con el que el viento traslada notas de incredulidad. Incredulidad y hasta risa, por intentar sostener algo más… ¿Qué más que solventar distancias y socavar penas viejas con el delirio de querer?

Pero aquello fue cierto, en cuanto no podía creerlo, lo sintió así... Así nada más... Quiso partir o quiso llegar. Verónica siempre quiere partir o quiere llegar. Y la sombra de un Gonzalo acechando a su propia Josefina, y el cuerpo que le tiembla y la piel que se le torna fría.

Querer irse, querer volver, querer partir, querer llegar. Siempre querer y buscar algo distinto, porque lo que ella busca es verse como en un espejo, en alguien más.

Viajar… Tomándose un tren, para irse lejos (pero casi sin moverse del propio lugar).

Sintió ansias de ver y descubrir: ¿Querer u olvidar? Como morir y vivir, dos caras de la misma moneda. Y de pronto sintió deslealtad, pero no le asustó porque ella quería ver más…

Y la distancia no irrumpe ni mortifica al empedernido que desea, o que glorifica, algo más que la tranquilidad posterior a una tempestad.

Las uniones verdaderas no siempre se hacen bajo la misma bandera, y esto es porque hasta se menosprecia lo propio, hasta se agotan las fuentes de inspiración, y el amor nace sin Patria o al menos el deseo no corresponde a las barreras.

Y ellos eran de esas personas que inspiran catarsis, que inspiran amor en sus obras diarias. Tal vez él no lo supo, tal vez ella no lo notó. Tal vez ella sonrió, divertida, y el recordó con melancolía la última vez que alguien se rió así.

Josefina le escribía cartas a Gonzalo, y Gonzalo ensombrecía su costado verdadero. Josefina lloraba y a veces arrojaba maldiciones al mismo cielo, al propio techo, al propio abismo en su pecho. Y allí aparece él, como cruzando fronteras… “Me das miedo, monstruo americano” Pero compartimos la misma América…

Se perdieron en sueños que recuperaron en el camino de la ilusión y descubrieron restos putrefactos de viejas plegarias por haber sentido amor. Hablar así, prometerse de esa forma, era como luchar por unir dos almitas que raramente se hubieran encontrado de otra forma. Había algo mágico en esa suerte de reforma, de esperanza sostenida. Josefina, acaso Verónika, acaso ella misma, seguía sintiendo que aquella relación podría ser incierta, pero no mala ni dañina.

Y ella sale y le falta él, y ella sale y piensa que sería bello tenerlo cerca. Acaso más de lo normal.

Y él se despierta soñando con ella, desdibujando rastros de lo que pudo ser y proyectando que aquél cuerpo y aquella mano de a quien quería suya sólo suya fuera.

La libertad está en las elecciones y los caminos forjados a la luz de la verdad. ¿Cuál era la luz de la verdad? No importaba, sólo era luz… Y la luz de por sí es hermosa, transparente y vívida como los cristales, como el cristal de la distancia que no les impedía verse. Como el cristal es el corazón que hasta la forma en que se rompe es bella…



lunes, 10 de agosto de 2009


Como sumida en un intersticio de tiempo, de espacio, de vida, de muerte, N arroja su estado de idiocia y se transforma en un ser extático cuando la soledad la aqueja. Como en un propio mundo orbitando alrededor de éste. Desde allí N ve todo, o casi todo lo que cree que ver. N puede orbitar y discernir alrededor de ese espacio sideral y casi más cercano a su propia verdad. Como un volatín se desplaza alrededor de asteroides que la derrotan cada tanto, y a pesar de tener su luna, N sigue esperando su limbo.

N todo el día se sintió bien, todo el día se contuvo y se liberó, todo el día N fue N y mucho más que lo que no. Pero siempre esta hora del día y N se sentía vacía, como cuando el estómago se revuelve luego de vueltas y vueltas en una montaña rusa. Pero sobretodo, N sentía ese abismo, esa oquedad, más fuerte que lo fue fuerte nunca. Claro que por la mañana desaparecería… No podía hacerle mal.




"...Camilo Canegato, el torturado protagonista, construye un amor único apartado de todos. Tan exclusivo es su amor, que incluso debe dejar fuera de él a la propia mujer amada. Porque el amor, parece sugerirnos Canegato, los amores fatales, casi siempre son una relación con uno mismo, en la que la persona amada no es sino una excusa, una pintura falsa a la que le damos vida a nuestro antojo..."

" Bajó del colectivo y se tropezó con el mismo pensamiento, que de pronto asaltó su intelecto como desafiando el misterio del tiempo perdido. ¿La encontraría hoy? Tal vez sí, tal vez no ¿Por qué desatar un temporal en una mañana tranquila? No debía sucumbir tan fácil a un deseo extraviado que de alguna forma lo encontró como víctima. Una víctima casi corroída por el deseo de serlo. Y todo por esa cercana transeúnte que caminaba por la plaza casi siempre puntual (a las ocho de la mañana, cruzando la esquina en la que estaba la Biblioteca Nacional) y casi siempre despeinada por el viento de la mañana, que no pide permiso y se arrima con el descaro de no distinguir entre clases. Ni el viento ni el cielo distinguen entre clases. Tal vez porque para el viento y para el cielo árboles y hombres son lo mismo.

Caminó un par de cuadras y llegó a la plaza, el sol pegaba de lleno en la copa de los árboles que desteñían el color por la llegada del otoño, se desteñían como anilina vencida en depósitos de agua destilada. Y esperaba a visualizar el vestido verde de la semana pasada, verde como el musgo que se aferra al húmedo descaro.

Esperó, aunque en movimiento, a que se le apareciera delante. Esperó, casi imaginando que caminaba, como para no encontrarse con un gesto de locura (no sea el caso que fuera un iluso, no fuera el caso que todos lo somos) Y allí pasó, con gesto despreocupado y caminando velozmente (como si el viento la persiguiera para apresarla entre amplios brazos y tirarle los cabellos rebeldes) caminó detrás de ella y observó cómo vestía.

Vestía el mismo vestido que ayer, pero otros zapatos que enlazaban sus pies, que se movían siempre ágiles y repentinos. Mirándola así, teniéndola así, lejos y cerca a la vez, sintió que esperar tenía cierto sentido. Más no significaba demasiado, y lo mantuvo ese juego como el eucarístico pecado que regaló a su diversión silente… "


(Fragmentos)





" Es que Lucrecia todavía no entiende la magia del amor por encargo…

Y es quizás demasiado joven para aceptar la consigna del amor libre y cíclico

Y siente su corazón destrozado, por cuanto hace no le basta para recortar los huecos que carcomen su ser,

cuando lo único roto es el sortilegio y el enjambre de mentiritas

acurrucadas al compás del cielo abierto, del pecho sofocado por caricias y peripecias de sabor añejo...

Es que Lucrecia aún no cierra su paraguas cuando sale el sol."


"Yo no me parezco al

Domingo...


Soy más bien un día que no encajó en la

semana..."


(La Maga y señor Xaj discuten las huídas de los inicios de semana)


y la miran...
porque se pinta la boca,
y sale a repartir notas afinadas
con unos ojos que tocan
con una mirada de alma lejana
y pestañas pronunciadas...
Moviendo las piernas,
como en un tango de entrecasa,
y la miran mientras camina
porque va parafraseando y regalando deseo...
Y se detiene a enredarse
entre los besos de porcelana
que despega de su andar
que se mueven entre sus tobillos,
y alguien acaricia su cintura
porque rozando su cadera
casi descubren en sus labios
notas de placer e inocencia...

Lunática

Lunática y estrafalaria
observándose en el espejo
rugiendo entre las sábanas
despertando a quien duerma con ella
con la cuota de cólera
y el disfraz de doncella,
es la cuota de amor desmedido y semanal

Lunática y melancólica,
amante de las pasiones fuertes
exhalando aires grises
y perfume de placer,
con la cuota de cólera
y el disfraz de impertinente
de perdida entre el amor semanal...

Lunática y estrambótica,
casi hace ruido al respirar,
y se desvive por el reflejo de su cuerpo ondulante
al despertar en las sábanas de alguien más,
como una Venus retratada,
con su cuota de cólera
con su cuota de cólera

y su cuota de amor semanal

Caminando por calles pedregosas y llevando a cuestas una mochila demasiado pesada, caminaba rápido para llegar a su casa mucho antes que el sol cayera en el horizonte. Tal vez no notó la mirada vigilante que desde lejos la seguía, y por eso se detuvo a juguetear en el cordón de la vereda haciendo equilibrio para no caerse y olvidando casi por completo lo corto que era el día.

Elena miró hacia el Cielo y le molestaron los mechones de pelo molesto y atrincherado a su frente. Cerró los ojos, como descansando. La mochila muy pesada, el camino tan pedregoso y el sol cayendo. Una mano le corrió el pelo, y alzó la vista para descubrir al extraño que le acarició la mejilla con dulzura.

Era un extraño, pero no le dio miedo, tenía un rostro apacible, casi bondadoso. Lo miró sin escrúpulos de pies a cabeza, y sintió que no era del todo desconocido. Se parecía mucho a ella y a fotografías viejas alguna vez vistas. Entonces sonrió, porque comprendió que estaba frente a su padre. Y tragó saliva para suavizar la garganta en la que parecían haberse recortado sus cuerdas vocales, sin aviso previo.

Primer visita luego de ocho años habiéndose desaparecido. Mal que mal algún llamado de noche, pero sólo para hablar con su ex esposa y madre de dos hijos. De vez en vez alguna carta dolida, desde lejos y plagada de excusas para alimentar el rencor de la familia. Pero verlo así de pronto la hizo sentir algo perdida, como si lo único que importara fuera ese momento, sin retorno. Miró con desconcierto al horizonte, y de nuevo el sol que caía. La mano se deslizó a su hombro y la sostuvo, compungida. Ella sentada en el cordón de la calle pedregosa, él parado y algo agachado para acercarse un poco a su figura.

Y así se quedaron un rato, un rato hecho de residuos de todos los anteriores. Rato que conjugó sin acierto verbos de todos los tipos y colores. Elena lo miró de reojo y contempló en su semblante cierto rastro de tranquilidad y relajación, como si el tipo hubiera acabado de descargar una pesada mochila en el piso, como si encima estuviera bien dejarla en el piso. Una mochila cara, pesada y ajena. Casi tan pesada como la de ella, como la de todos esos años, como la de un semblante ensombrecido por la poca luz que arrojaban los años. Sintió en sus oídos el sonido del viento, lo sintió como si el polen se le metiera dentro de la oreja. Y de pronto se imaginó un café con facturas de dulce de leche, en una mesa de luz a la mañana y con él junto a ella sin decir palabra, como allí estaban. Sería temprano, a la mañana, cuando despertara. Y mamá que se iba no los retaría, y Rodrigo que dormía hasta tarde no iba a llorar. Imaginar todo eso la aisló del momento, y cuando decidió regresar sintió que a lo mejor eso era sólo una ilusión, a él las despedidas siempre le habían quedado mejor, porque algo desentonaba con la tristeza y pesadez de su postura. Otra despedida, una despedida más ¿Por qué las llegadas tienen que ser sinónimos de bienvenidas? ¿Por qué alimentar la decepción? Quizás no había más lugar en su vida para quien no se lo había ganado, quizás era mucho más simple, quizás era sólo un gesto de compasión y lástima, uno que no necesitaba (aunque atesoraría siempre)

Seguían sin decir palabra y el aletear de un par de zorzales aflorando huelo la hizo imaginar de nuevo, como volando lejos, lejos, lejos. Y estrellándose contra alguno de esos muros que duelen en la frente y se sienten en los dientes. Porque el dolor se expande como se expande el Universo, infinitamente, Y la vida empieza doler como cuando empiezan a partir los amigos, cuando las metas no se cumplen y cuando los recuerdos calan por dentro de forma tal que lastiman los pulmones y ya no dejan respirar. Esa sofocación que aludían a su asma temprana, era más bien dolor y desasosiego porque no tenía más con quien llorar. Porque a la larga, todos se van. El mundo no está hecho para quienes permanecen en un mismo lugar. No necesitaba otra partida más.

Entonces se puso seria, y decidió que nada es tan fácil, que su cabello era un enjambre y que la esperaba alguien en su casa. Se paró sosteniendo la mochila y dispuesta a seguir viaje. En calles pedregosas, calles hechas para mujeres solas y no para niños pequeños, calles estrechas, encubiertas por el agua. Sintió que el Invierno se parecía a su padre, arrastrando lo poco que queda del verano con cada llovizna.

- Te traje esto, Elena. Feliz cumpleaños, querida – Y extendió una pequeña cajita con motivos romboidales y fondo índigo. Cajita de princesa, señales de un mendigo. Los regalos son siempre tan coloridos, pero había algo gris en ese paquete. Lo tomó con desconfianza al principio, pero le gustó de inmediato. Adentro había lápices de colores y un pequeño cuadernito. La voz de aquél padre ausente había sonado tersa, como quien tararea para sí mismo y esboza estrofas altas y afinadas sin darse cuenta. Creyó que quizás aquello era un regalo que se hacía su padre a sí mismo más que a ella. Su cumpleaños había sido semanas atrás, y ya tenía once.

El hombre le dio un beso largo y en la frente. Elena sintió apelmazados los mismos mechones en la frente y volvió a cerrar los ojos, para que no le picaran las puntas graficadas y no irritaran sus lagrimales. Esperó a dejar de oír los pasos alejarse para volver a andar y antes abrirlos. No quería mirar ¿Qué sentido tenía mirar? Más tarde podría pensar que había sido tan solo un jugueteo de fantasmas por desviarse del camino serpenteando un cordón de vereda. Eso le enseñaría a llegar a casa más temprano, a cargar mejor la mochila pesada, a caminar más rápido por las calles pedregosas. Por otro lado, solamente le ocurrían cosas buenas cuando se alejaba del camino, a pesar de los retos posteriores. Como la vez que se fue hasta el aljibe y conoció al niño de la bufanda de colores, o la vez que recogió flores para llevarle a su madre y acabó con un resfrío que le impidió ir a clases.

Y decidió que hay momentos importantes en la vida, como dicen todos. Pero que esos momentos no son muchos. Dos como demasiado, uno como verdadero. Y ése sería su momento, haberlo visto silente y compañero, como le hubiera gustado tenerlo siempre. Y decidió que ese momento era suyo, tan suyo que no podría saberlo nadie.

Cuando Elena llegó a casa se sentó en la mesa de la cocina para estrenar los lápices y el cuadernito.

- ¿De dónde lo sacaste, Elena? – Pregunta la madre casi sin dar atención a los atisbos de su hija por dibujar un cuadro bonito

- De ningún lado, ma. Me lo regalaron en la escuela.

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