" La desesperación es motor de la actividad humana que, a fin de cuentas, busca un
sentido. La espiral de la desesperación adquiere giros diversos. Formas que
dependerán de aquello que el desesperado pretende alcanzar. "
Una calle demasiado ancha, demasiada gente, demasiados autos. ¿Por qué de pronto todo me resultaba excesivo? El sol, el calor de un mediodía de invierno, los transeúntes. Me daban ganas de llorar, por lo general caminar por Capital me genera eso. Recuerdo que de pequeña, para mí sólo existía mi barrio, y lo demás era cruzar aguas enemigas.
Aún lo siento así, aunque todo se relativiza con el paso de los años. ¿Cuánto pasó desde que me senté en el pilar de la vereda, con el pino detrás y el pasto mal cortado reflexionando sobre lo que significaría salir de allí?
La calle, la gente, los autos. Todo lo que quiero es volver a sentarme ese pilar. De pronto me duele el estómago y me da vértigo cruzar esa Avenida... Mierda que es ancha ¿Por qué lo es tanto?
Gente. Mucha. Todos vestidos parecidos con detalles diferentes. Me hartan los iguales, las adolescentes a la moda, que contestan el blackberry (o "blue-berry" a mi decir) con neologismos importados.
Me gusta cuando a mi lado se pasean conversando y hablan en otros idiomas. Porque no entiendo un cuerno, y me gusta eso. Si pasan a mi lado hablando de política, se que oiré y acabaré por entrometerme en la conversación.
Claro que no voy por la vida prestándome a los argumentos derrotistas de otros.
Solamente es aburrido vivir en uno y para uno: el paroxismo de la época no me sirve para ser feliz.
Camino y camino, y decido cruzar corriendo. No soporto, definitivamente, no tolero esa avenida.
En la plaza del costado un niño había intentado robarme, y recuerdo cuánto dolor me generaron sus ojos verdes un tanto aletargados por los efectos de la droga que había consumido antes de acercarse. Le di dos pesos, pero insistía en que le diese más mostrándome un vidrio filoso. Sin embargo, le hablé bastante y decidió irse.
Hoy en esa plaza la yuta obligó a acostarse en el piso a un hombre morocho, un hombre jovencito con morral y visera.
Otra cosa que me molesta soberanamente, la presencia del ente regulador de la corrupción. Los veo y me dan náusea. Recuerdo cuando bajaba del subte y a un compañero de viaje le pidieron el documento. A nadie se lo pedían pero este tenía la pinta de haber estado en Soldati. Casi le pego una bofetada al bigotudo de uniforme. El compañero siguió camino.
El Sheraton se erige con su majestuosidad, y por dentro imagino que estarán sirviendo a los inmigrantes cafés de no menos de 30 pesos.
Por favor, quiero llegar a Retiro. Siento que no voy a tolerar dos pasos más por allí.
La gente, los autos, la avenida, la plaza, los policías, los hoteles, los compañeros. Me pregunto por qué si hace 18 años que vivo en este planeta no me acostumbro a sus entidades, a su "tiempo", a sus formas.
Creo que me desespero con demasiada facilidad. Pero es la manera de no olvidar quién soy en el medio de la muchedumbre, y por más intolerable que sea: lo prefiero a convertirme en un zombie.
N.
1 comentario:
Te respondo con una letra de bolero: "A mi me pasa / lo mismo que a usted."
Besote
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