“Niña, adolescente, los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica.”

viernes, 2 de octubre de 2009



Lo miró. No necesitó palabras para decirle cuánto le dolió, por cuánto tiempo más sufriría la misma condena (similar a las pérdidas en batallas de insurrectos, similar a los pordioseros cuando no tenían más que migajas)
Lo miró (y con esas pestañas y con esos ojos) y con ese aire a cien años de soledad embalsamada en un cuerpo de diecisiete años le dijo…
Que dolió. Dolió… Le dijo sin hablar, se lo dijo en un susurro escapado del lagrimal, sangrado en la comisura de los labios (cerrados, mudos, como mariposa que se cierne en un tallo resbaladizo). Cuando se cruzaron las etéreas miradas de tiempos viejos y tiempos por llegar, lo miró y le dijo (mas bien le gritó, mas bien profesó...) Que dolió, dolió mucho, y duele... Como eterno sortilegio que condena a quien padece.
Lo miró, y sucumbió al mutismo. Así y todo, detalló cuánto dolió. Dolió como sólo pueden doler esas necedades que, más que eso, son sobras… Sobras, cenizas, acumuladas e idiotas, sin razón de ser y con el pérfido objetivo de perpetrar el pasado. Como las muescas en sábanas ajenas o las cartas sin remitente. Las lágrimas saladas y hondas como Océanos de justificaciones fehacientes.
Dolió…
Como sólo puede doler el dolor mismo, escupido en la cara, pegado al pecho (casi Werther en su más hondo suspiro)
Y el la miraba y no podía entender, cómo aquél lenguaje lo hacía enloquecer casi sin tiempo a nada, casi sin tiempo (siquiera) a respirar, sólo exhalando (insuflando la pleura, pero sin sentir el diafragma)
Y continúa doliendo, mientras me sitúo en ese parpadeo coetáneo con la tristeza que se desvanece al recuperar el aire… Pero mientras, duele.
Duele en esa puntualidad. En esa rotura de pleura, en ese carcomer de alma… Estadio particular, en el que no se está vivo, en el que no se está muerto. En el que se está lidiando con la fantasmagoría del tiempo. Duele como esa particularidad que se sienta en un punto exacto y en el medio del pecho. Duele como el recuerdo perdido, cuando uno estornuda nostalgia y se congestiona de melancolía. Ese aire de putas arrepentidas, con sus labiecitos rojos y miradas compungidas, aire de cigarrillos consumidos, ese aire viciado de lo mismo y de lo de siempre. Duele como la ilusión fracasada y la esperanza maltrecha, como la infusión helada y derramada en la alfombra del amante.
Dolió… y todo eso le dijo sin decir más que lo que expresaban los amantes (y con esas pestañas y con esos ojos…)
Como sólo pueden doler las cosas que nacen del dolor mismo, que no se limitan a ser expresión de éste sino a SER dolor, a ser dolor y no sólo a expresarlo.
De esa forma, antiquísima y bella,
De esa manera, perfecta y agonizante, duele. Dolió y dolerá. Como esa Soledad que deja perpleja a la adolescente que sentada en el piso imagina que las cosas irán mejor…
Pero qué clase de ridiculeces digo, pero por qué remitirnos a sentimentalismos melodramáticos. Si ella, con el vestido y con los tacos, con los ojos y el devaneo en la cabeza no dijo más que lo pensado… Qué sentido tiene pintar las paredes de estos colores, si el individuo que las decora no lleva consigo ningún rasgo cromático.
Ella lo miró, y no dijo más. Lo miró y cuánto le dolió dejar escapar esa gota de sal.
Cuando recuerde el por qué de este dolor será demasiado tarde. Por qué dolor. Por qué doler.
Una mujer que duele en el cuerpo es una espada clavada en el corazón del jinete que se atreva a galopar en aquel sinuoso intercambio de cinturas. Es la cintura de la mujer la porción de cuerpo que mejor habla de ella. Se atan allí las tristezas, la lástima, la sensualidad, las asperezas de alma, los quejidos de noche, las sonrisas mañaneras… Es la cintura.Y la cintura le dolió como si ya no pudiera bailar. Es que aquellas manos la desfiguraban con cada tocar, con cada caricia. Como deshaciéndola y volviéndola a hacer. Era algo hermoso de ver, y por todo eso, por aquella belleza enfermisa, por aquella perfección repugnante, le dolió... Le dolió aún más...

1 comentario:

Lolita y El Profesor dijo...

"Lo miró (y con esas pestañas y con esos ojos) y con ese aire a cien años de soledad embalsamada en un cuerpo de diecisiete..."
Esta es la mejor metáfora de lo que mencioné en anteriores comentarios. Un cuerpo de diecisiete años, un intelecto sorprendente, un uso escrupuloso de la lengua castellana.
Sigo casi estupefacto, leyendo.

El Profesor

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