“Niña, adolescente, los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica.”

martes, 5 de octubre de 2010

Boulevard du Temple I - El daguerrotipo del Ángel


Quiero mi daguerrotipo. Le dijo y lo miró con desdén. El hombre soltaba las últimas pitadas a un cigarrillo consumido. Solo con la oscuridad de la pieza donde nadie parecía acompañarlo. Hacía tiempo que nadie se paseaba por allí. Atardecía con la estupidez de los Martes cuando parece que ya no se van, y ella estaba allí: sí, quería su daguerrotipo. ¿Cuánto le cobraría? Ya no tenía ganas de facturar. Ya en su vida no tenía sentido el facturar. Los caudales de dinero le parecían vanos para comprar felicidad. Es más, ni aunque la tuviera la conservaría.
Quiero mi daguerrotipo. Nena, no podés esperar? No, quiero mi daguerrotipo. Sentate ahí, enfrente, mío, preparo la máquina y está. Acomodate el pelo, mirá a lo lejos. No. Lo que vos más te guste. La miró y la imaginó desnuda. No había reparado, un instante antes, en lo blanco de su piel, ni el contraste de sus cabellos despeinados, ni en la desarmonía de sus ojos y sus mejillas, ni en lo idiota que se veía con ese vestidito rosa que le quedaba corto. No era linda, pero le agradó demás. Necesitaba los lentes de Petzval. Demasiado viejo estaba para apreciar la juventud. Sin embargo, diez minutos después sintió que esa imagen le era conocida.
Tendrá su daguerrotipo. Espera un poco. No tengo los lentes...
Quiero mi daguerrotipo, pero no ése.
Le dijo y volvió a mirarlo, con soberbia. Qué jovencita engreída. No tenía tiempo para eso. ¿Quién sería? ¿Qué quería? si allí estaba su imagen insulsa, la de la muchacha sentada con los ojos perdidos. Ahí tienes ¿Qué? ¿no te gusta?
No.
Se hizo de noche.
no soy fotógrafo de moda, esto no es Rusia.
Yo tampoco soy una señorita.
Lo sospechó, la había visto antes. Ahí sentada, jamás, pero la había visto antes. Qué va, suspiró, sintió los lagrimales oprimiéndole el humor vitrio. Capaz que sí, capaz que era ella. Estaba allí. Y sí, quería su daguerrotipo. No me dejas de impresionar, nena ¿Cuándo fue la última vez? ¿siglo XIX? tenía ganas de vomitar, se mareaba. Al mejor estilo del carnaval vienés. Lo mareaban sus ojos catalizadores de angustia ajena. ¡No me mires, pendeja! ¿No ves que duele cuando alumbrás? Hay gente a la que no le hace bien brillar, mirá si se te consume la vela, la llama se te apaga, te hacés cenizas. Acá está tu daguerrotipo. Te lo regalo. Jamás fue mío.
No lo quiero. Quiero el tuyo. No me veo en éste. Por eso me llevo el tuyo.
No, yo no tengo daguerrotipos, sólo los hago.
Me llevo la impresión del alma en el cobre del amanecer, entonces.
El hombre ya no estaba. La tienda cerró con el reflejo post mortem, y el amanecer encontró las veredas manchadas de rutina. En la mesa la superficie de plata pulida, todavía impregnada de los vapores de mercurio, y el contorno lumínico de una figura de mujer con alas negras.
N.

1 comentario:

"REFLEJOS DEL PLATA" dijo...

Felicitaciones por los textos y las imágenes. Una estética seductora y apacible. Carlos

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