“Niña, adolescente, los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica.”

domingo, 26 de julio de 2009

Ella caminaba por el negocio, y el caminaba un poco más lejos, por detrás. Qué linda manera de caminar... ¿Sería demasiado ilógico pensar que el modo de mover los pies define a la persona? Porque de ser cierto, aquella era una bailarina. Y aunque no lo fuese, en su mente sintió que la quería. Una perfecta desconocida... Desconocida y perfecta. Vestía un tapado negro, botas, y leggins claros. ¿Sería demasiado tonto pensar que el modo de mirar define a quien mira? Porque de ser el caso, aquella era una detective. Y aunque no lo fuese, en su corazón tuvo un poco de miedo. Una detective que lo desconocía... Lo desconocía y su mirada era detectivesca. Se detenía cada tanto en góndolas con discos compactos de música y libros antiguos, de autores que lo eran más. Detective, bailarina, y una contemporánea nostálgica sin duda... ¿Y qué hacía él siguiéndola? ¿Pretendiendo imitar pasos de baile, escapar a la inspección, saber sobre qué leer...?
La miró un poco más y concluyó que simplemente no la volvería a ver otra vez. Como las piezas de arte de un museo escondido en una ciudad remota. Bellísima e impecable, pero lejana y utópica. Así lo concluyó en su mente, y así esperó a convencerse de que no sentiría temor. Entonces, tras una última mirada, se despidió de su perfil sedicioso y del misterio de su postura enfocada en leer.
Se fue rápido del negocio. Literalmente, escapó. Por poco no tropezó con unas cinco personas más que entraban a aquél lugar. Se rió burlonamente de sí mismo al encontrarse delirando por una mujer desconocida y sin nombre. Pero se encontró continuando los hilarantes pensamientos sobre ella, su procedencia, su apodo, su casa... Como un enamorado arrepentido de abandonar el hogar. Fantaseando y delirando sobre la mujer que deseaba. Temeroso y expectante, aventurero e inexperto. Volvió a reír, pero esta vez miró hacia atrás. La vereda desierta enseñaba el paisaje típico de esa región de la ciudad a las siete de la tarde en invierno. Estaba solo, y caminando hacia su casa, nerviosamente.
Llegó. Tiró las llaves en la mesita que estaba al lado de la puerta. Prendió las luces y se sentó en el sofá con hambre y cansancio. Decidió llamar a un delivery, imaginando que una voz tersa y profunda le respondería con un "Hello Stranger..." ( imaginó que hablaría en inglés, sería norteamericana, porque a su mente acudió el tango de Alfredo Le Pera "Rubias de New York") "Hermosas criaturas... " Sí, aquélla era una criatura, sin duda. No era un mujer simple e inocente. Las mujeres simples e inocentes no se entierran en la mente, como si se hubieran adherido a cada terminal nerviosa de aquél. ¿Desde cuándo tenía sentido amar a una perfecta... nadie? Perdón... ¿Había pensado en la palabra "amar"?
Algo no andaba bien.
Llamó al delivery y lo atendió un hombre aburrido que parecía gesticular y maldecir por lo bajo detrás del teléfono, pero prestando atención. Se sintió aliviado una vez más, aunque ligeramente pasmado por la ilusión.
Se deslizó fuera del sillón y fue a buscar la billetera para tenerla cerca. Prendió el televisor de la cocina y mientras tomaba una bebida fría, pasó canal tras canal sin ver nada. Aburrido de la nada, cansado de estar exhausto. Volvió a pensar en ella. En su amada. En su amada perfecta.
Ya que había enloquecido, preferentemente lo haría de manera completa.

(Fragmentos)

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