- No llores - Le dijo, y corrigió la ruta que una lágrima trazó en el rostro de ella. Lágrima teñida de delineador negro y contrastante en la tez blanca, lágrima que bañaba su mejilla como tantas veces la envolvió con su mano.
"No llores" repitió. Sabiendo que eso no la haría llorar menos, pero si lo oía quizás se sintiera más consolada. Aunque las recetas comunes no funcionaban con ella. Esta vez ambos pretenderían que sí funcionaba.
De repente el mundo entero dejaba de tener sentido, en uno de esos instantes que se vuelven infinitos. Como si el tiempo se detuviera, y una rara sensación de vértigo recubriera su cuerpo, su mente... Al punto de sólo querer desaparecer de allí. De lo contrario, no se sostendría más. Había que correr, había que huír... Dejarla ir y dejarse ser...
De pronto dejó de llorar, y lo miró sonriendo. Sin decir más se volteó y tomó el remis que la esperaba, y que los miraba con ironía y hasta diversión. Sin entender el cuadro pero admirado por la devoción que los amantes parecían tener el uno por el otro, pero la frialdad con la cual ella se desprendió de él. Repentinamente. ¿Acaso ella sonrió? Qué rara manera de demostrar amor... Dolorosa forma de desistir. Al parecer no era el único que lo creyó así...
Le dolió esa sonrisa a aquél a quien fue dedicada, por eso no se la devolvió. Le dolió tanto que prefirió cerrar los ojos y respirar hondo para decir la próxima palabra.
- Adiós... - Y fue un adiós decidido, pero bajo. Casi un susurro, pero que llegó a sus oídos. Ella levantó la mano, su rostro a través de la ventanilla, en señal de saludo. El miró sus labios y vio su adiós, y le pareció curiosa esa imágen sin sonido. Como un grito que ensordece al oyente. El la contempló un rato y después se volteó a seguir caminando, deshaciendo el camino que había hecho hasta allí. El auto arrancó, ella tampoco volteó. Caminó... un paso tras otro. Despacio, para no marearse más. Pero unos metros después se detuvo y tomó de su bolsillo un sobre. Lo miró con desdén y lo lanzó al vacío... La lluvia borraría la tinta, la suciedad cubriría lo blanco, los pisotones lo desaparecerían, y el tiempo haría que doliera menos... Porque así era ella, un adiós constante, un acto de gris despedida. El día era gris, el invierno era más frío que nunca... Y desapareció bajo la lluvia aquél hombre taciturno con los dedos aún manchados del negro delineador.
Detrás de él un niño corrió y levantó el sobre que el hombre tiró. Se había humedecido al contacto del piso, pero aún no se había hechado a perder su contenido.
- ¡Señor...! - Gritó. Pero el hombre ya había desaparecido al doblar la esquina, dejando detrás el espacio para el enigma que surgía de aquél sobre y el olor a gasolina que había dejado un auto oscuro al arrancar, con una mujer dentro.
Abrió el sobre y había una carta, fechada y hasta titulada. Quien la escribió poseía una letra algo nerviosa, algo desesperada, pero siguiendo la línea del renglón...
"Amelia... Cuando leas esta carta estarás sola en tu habitación, no creo que desees leerla en el viaje, sabés perfectamente que te haría arrepentirte, aunque digas que es exacto lo que querías..."
El niño detuvo la lectura, de repente sintió que la atmósfera cambiaba, porque imaginó a la mujer leyendo la carta, detenidamente y con un vaso de whiskey en la mano, o tal vez un cigarrillo a punto de apagarlo... Sintió que había ingresado en otro espacio, uno sumamente íntimo y de otros códigos... Se sintió intruso, y miró a su alrededor sintiéndose un loco, para verificar si aún permanecía en la vereda desierta y curiosa donde nadie sabía lo que estaba haciendo... Pero sumamente curioso, continuó la lectura...
"Destilar algo tan específico, de todo ese caos... Es como convertir aire en oro... Y lo arruinaste, porque era verdadero... ese oro que logramos era sólo nuestro, y no sé dónde se ha ido... No sé dónde estás, porque quien lee esta carta no estoy seguro de que seas tú... la persona a la que amé.."
Nuevamente, el lector se detiene, porque siente (esta vez, demasiado certeramente) que algo está ocurriendo, que de verdad quién escribió la carta lo estaba mirando a él... De nuevo la atmósfera algo pesada, como si ya no fuera donde realmente estaba antes... Entonces se enjugó los ojos y se rió nerviosamente... Qué estúpido! Una vez que encontraba algo con qué entretenerse y sólo atinaba a pensamientos ilógicos... Por si acaso, volvió a chequear la vereda desierta, y notó que alguien pasó caminando sin ver quién era y sin importarle continuó leyendo. Era una vereda pública, mejor se hacía a un costado. Se sentó en piso y reclinó su espalda contra la pared... continuó leyendo... ¿A qué se refería el desconocido con que no era ella quien estaría leyendo?
" Claramente no eres la mujer que conocí. ¿Será cierto entonces lo que todos hablaban? ¿Qué creer cuando de pronto todo cambió...? No quiero herirte ni faltarte el respeto, es sólo que el aire me falta ahora que pienso en vos... Es como si algo me sofocara... ¿Realmente estás ahí?... ¿Quién está leyendo esto?... ¿Dónde estás? ¿Quién eres?..."
El lector sintió que algo se cerraba en su garganta, volteó la hoja para continuar leyendo... pero quiso volver a empezar la carta, no podía seguir el hilo... Había algo que no entendía... y al volverla a su comienzo se encontró con una carilla en blanco, con la tinta ausente... ni una palabra de las que antes había leído... No es que la humedad las hubiera borrado, porque esa carta estaba totalmente limpia... Y ahora de ambos lados... Y ahora de nuevo la sofocación...
"...¿Dónde estás? ¿Quién eres...?..."
- ¿Quién eres? - Un hombre le toca su hombro y el voltea sobresaltado. No era la vereda desierta aquélla era un estudio, una oficina, y el día que se vislumbraba a través de la ventana era uno muy soleado... - ¿Qué haces en mi oficina? - El hombre levanta un poco más la voz. Detrás de él una mujer, mucho más joven, que le sonríe al niño cuyo rostro sumamente asustado y sorprendido la miró detenidamente.
- No le grites, es sólo un niño... Y no sé qué hace por estos lugares, pero no parece malo... - Le dedicó una sonrisa - ¿No lo sos?
El niño miró de nuevo al hombre. Negó con la cabeza. En su mano conservaba la hoja, hoja en blanco, hoja culpable de ese extraño pasaje.
- No sé dónde estoy...
- Claramente... - El hombre dejó su portafolios a un costado, y se le acercó - Si estas perdido, sin hacerte más preguntas buscamos tu casa...
- ¿Qué tiene en la mano? - Pregunta la joven, y le sonríe de costado - Quiero ver... ¿Me dejás?
El niño la mira y le resulta hermosa. Le tiende la mano y le da la hoja.
- Pero no tiene nada, se le borraron las letras...
- Obviamente, tomó esa hoja del piló que tengo allí. - Dijo el hombre, arrogante, y miró al niño señalándole lo mencionado - Devolvela, hijo, no está bien robar.
- Es sólo una hoja... Dásela, y dale algo más, pobrecito... - La chica se acercó y acarició su cara. - ¿Tu nombre? - Mientras hablaban wl hombre recibió una llamada, y fue hacia al pasillo a conversar.
- Lautaro - Respondió el niño
- Ah... Ya veo. Yo me llamo...
- ¡Amelia!- Interrumpió rápidamente el niño - La carta decía "Querida Amelia..." Supongo que te la escribió él.
La sonrisa se borró del rostro de la joven. Miró hacia abajo y replicó
- Ariel nunca me escribe cartas... ¿A qué te referís? - El niño olvidó el propósito de sus palabras. Se enamoró del rostro triste de la muchacha.
- ¿Por qué no te escribe cartas?
- No sé, no le gusta...
- ¿Por qué no le gusta?
- Le escribe a su esposa, a mi sólo me ama
La muchacha se paró y se acercó a la ventana. Qué esbelta era. Tenía un rostro triste, quieto, pero hermoso. Imaginó qué hubiera sentido él si una mujer así se fuera y qué le escribiría... De pronto entendió el trazo desaparecido de la carta, ese trazo nervioso pero decidido. Y sintió que si el fuera adulto y viviera un romance con ella seguramente le dolería mucho que se fuera.
- ¿Por eso lo querés dejar?
La chica lo miró. Seria, con ojos fulminantes. Debió de haberse sentido invadida, porque se sonrojó también. Ese gesto delator de su debilidad no era congruente a su mirada peligrosa. había un doble discurso en su cuerpo, en su forma. En su voz. Pero no en ese gesto.
- Sí. Pero en realidad es más complejo... Es más difícil... Sos tan pequeño, no podés entender que...
- Tengo 12 años, sé por qué mis padres se separaron. ¿Por qué no puedo entender tu situación?
Lo miró, con más recelo. Casi son cautela. Un poco de odio brilló en sus ojos.
- Ariel tiene un hijo como de tu edad... Del cual no me habla. De hecho no me habla de su vida, teme que interfiera. Está casado y quizás su matrimonio termine por mí... Lo que quiero decir, Lautaro, es que sea cual sea la causa por la que terminó el de tus padres, esa que irrumpió pude haber sido yo... No es bonito ese lugar, en absoluto. Además tengo otro camino, y mi camino no es éste. El ni siquiera me ama... Pero soy lo más bonito que vio, y quiere conservarme... Ni siquiera me ama... A veces creo que no.
- Yo creo que sí te ama. Y nunca vas a saber cuánto...
De pronto ella soltó unas lágrimas. Y se fue de la habitación.
“Niña, adolescente, los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica.”
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