“Niña, adolescente, los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica.”

lunes, 4 de enero de 2010



De pronto, mi alma se despojó de prendas y se arrojó a la calle para mojarse con las estocadas finas y agudas que desprendía el Cielo. Casi se ahoga, no en el agua, sino en el aire. Inmersa en un sinfín de moléculas, era el oxígeno el faltante. Pero qué bien se sentía, sofocar los hálitos en tan fatídico arrebato.
¿Por qué dormir en aquella noche lluviosa? Hacía tiempo que no conseguía hacerlo, y ahora que finalmente llovía podía mojarse hasta el hartazgo. Necesitaba sentir que se desarmaba entre las sustancias, que poco a poco dejaba de existir y comenzaba a ser, o al revés, o quizás nada, o tal vez sea solo una paranoia pasajera la que me levanta a las tres de la mañana de mi lecho para escribir lo sola que me siento y lo sórdida de esta soledad, que mi alma quiere sacudir.
Mi alma se llueve, humedecida desde adentro, calando con frialdad en las hendiduras de la pleura, casi se respira el vidrio molido en los miserables suspiros nerviosos entre mudanza y mudanza.
Objetos y objetos y objetos y objetos… ¿Hasta cuándo continuarán desfilando? ¿Hasta cuándo seguirán sucediéndose los significados mientras sólo hay uno al que me quiero aferrar, al que me quiero fusionar, morir con él y renacer?
Que por favor me sirvan un tango mezclado con el café más amargo y con el humo del cigarrillo que no me interesa fumar. Que se siente algún alma desvaída en la silla en la que pretendo hallar algún compañero para dialogar esta noche que poco a poco se consume hasta deshacerse (no sin rencores) en un temprano amanecer. Pero está tan gris, hace tanto viento, peca tanto el frío, y llueve tan bonito y ruin… Zaparrastrosamente quiero desmenuzarme en el agua, me dan miedo los lobos del campo lindante que se me puedan aparecer para arrancarme lo poco que me queda de orgullo y dignidad. Me duelen las piernas, me duelen como duele la cabeza en su afán de insolación. La sangre que desfila por mis venas se ha tornado azul, o se ha secado como se diseca una flor en un cementerio. ¿Por qué tan gris, por qué tan lejana y barroca como Olympia o como Leda o como avispas pululando antes del toque de queda?
Y aún así, rodeada de nervios, sin estribos, estupefacta, temerosa, buscandome entre la prosa de Pizarnik y los laberintos de Auster, sigo creyendo en las miradas grandes y en las vías de tren que nos tiende Delvaux en esas ciudades industriales que nos destruyeron el amor.
¿Será posible que por una vez desee un Universo enteramente perfecto y unificado sin pecadores ni traidores ni sinsabores ni puritanos? Aléjenme de todo, permítanme una costa, al Sur blanco y desolado, entre montañas y un hotel tranquilo, con noches en vela convertida en argamasa para que un artista me modelara en su cama (en su mano reside el delgado trazo de mi contorno). Podría resistir, la clave está en que duele mucho.
Sigue lloviendo, ahora con más fuerza, mi alma se tornó aguachenta, se llueve, se desmembró, se pierde, se apelmaza con la vorágine de barro, humedad, secretos, amanecer, gris… Se angustió tanto mi cuerpo que cayó muy fuerte de bruces y se rompió en mil pedazos. Ahora mi alma es libre y nadie la molesta, ahora se llueve (hará falta que él le dibuje un nuevo cuerpo, sólo en esos permanece
)

1 comentario:

Edu dijo...

El alma se agarra al instante y a aveces se trocea en el. Feliz y bello 2010
un saludo

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