Y fue tan fácil encontrarme en vos, verme a mí misma... Y sentir llover los pedazos de mi identidad extraviada (fue inútil y devastador intentar sintetizarlo en un verso que jamás pude escribir) porque las Letras me cayeron del Cielo y como cascotes, rompiendo hasta los cimientos, golpeando hasta a mí misma. Fue increíble y desmoralizante.
Y así acercarme, y alejarme... Pero estando siempre presente. Era un espectáculo conmovedor. Mi cara de nena perdida y los matices de mi voz ¿Hasta qué punto lo que se esconde permanece en su escondite?
Una esquina y un atardecer, no se necesita más para un juego de dos, una promesa tácita y las incalculables probabilidades de que todo pueda cambiar (cómo había cambiado hasta ese día, porque un mes es una recopilación de días y de instantes que contienen distancias insalvables como del uno al dos y del dos al tres -como de vos hasta a mí-)
Un momento basta, un instante, para despertar. Y renacer en cada puteada exhalada en la calle, cual borracho en el vaticinio de la apocalipsis.
Todas vestidas de fiesta y yo con la ropa de casa... Las piernas al descubierto por una pollera tableada. Tu mano dibujando en mi piel, levantando polvareda en aquella arcilla humedecida por la saliva que se untaba con calidez.
Y fue tan poco complicado respirar en Agosto todos tus Abriles. Respirar con aire a desenfado y gritar que no quiero que dejes de venir.
Después de cada juego de sábanas, había un silencio que parecía compadecer a las ausencias... Cada vez que partíamos de una pieza de hotel, yo sentía un réquiem de fondo (o los atisbos de la danza azul del danubio) y con una atemperada melancolía sonreía extasiada por el éxtasis.
Y fue tan fácil sentir que caía a la par que el abismo expiraba en su fecha de vencimiento. Entonces caí en lo concreto, ya sin una paz de armisticio, sino con el único artilugio de mi conciencia liberada.
Y vos tomándome de la cintura, sosteniendome en tu cuerpo mismo, como nunca lo habías hecho (y me olías a despedida gris). Yo entornando los ojos, y sonriendo con precisas notas de adagio. La primera vez que recreábamos una imágen romántica, aunque ni vos ni yo creamos en eso. Porque vos y yo nos deseamos desde el primer momento, quisimos tomar del otro hasta vaciar el alma y agotar el deseo (que jamás expira) en el cuerpo del otro, como sirviendo copas de vino en un festival bacan.
Y vos en tu egoísmo, y yo en mi egocentrismo, y vos con tu ideología y yo con mi facilidad doctrinaria. En aquél lienzo escupimos nuestras intenciones, y aquel simbolismo no desmiente lo que dicen tus ojos cuando espío en sus interiores.
Para nosotros, la palabra Libertad es jugar a las escondidas. Sabiendo que siempre hay una esquina, siempre hay una habitación, una canción, una pieza de hotel, donde volvernos a ver. Jugamos a las escondidas y pretendemos no saber en qué sitio estamos, aguardando, escondidos. Y desdecimos al amor, y desenmascaramos todo atisbo de paroxismo conservador.
Hay una suerte de nube que nubla tu rostro, acaso la nicotina que respira tu cigarrillo, una consternación en tus labios y un tacto compungido que recorre mis piernas y me desviste.
Pero yo sólo quiero fundirme en todo eso y en lo-que-sea-que-sea-todo, y qué me importa lo que de mí quede, a quién carajo le va a importar recoger los residuos...
Duermo una siesta, y en algún capítulo del destino, jugamos juntos al desconcierto. Tomamos un colectivo para ir a cualquier parte, a ninguna parte, simplemente ir...
Y así acercarme, y alejarme... Pero estando siempre presente. Era un espectáculo conmovedor. Mi cara de nena perdida y los matices de mi voz ¿Hasta qué punto lo que se esconde permanece en su escondite?
Una esquina y un atardecer, no se necesita más para un juego de dos, una promesa tácita y las incalculables probabilidades de que todo pueda cambiar (cómo había cambiado hasta ese día, porque un mes es una recopilación de días y de instantes que contienen distancias insalvables como del uno al dos y del dos al tres -como de vos hasta a mí-)
Un momento basta, un instante, para despertar. Y renacer en cada puteada exhalada en la calle, cual borracho en el vaticinio de la apocalipsis.
Todas vestidas de fiesta y yo con la ropa de casa... Las piernas al descubierto por una pollera tableada. Tu mano dibujando en mi piel, levantando polvareda en aquella arcilla humedecida por la saliva que se untaba con calidez.
Y fue tan poco complicado respirar en Agosto todos tus Abriles. Respirar con aire a desenfado y gritar que no quiero que dejes de venir.
Después de cada juego de sábanas, había un silencio que parecía compadecer a las ausencias... Cada vez que partíamos de una pieza de hotel, yo sentía un réquiem de fondo (o los atisbos de la danza azul del danubio) y con una atemperada melancolía sonreía extasiada por el éxtasis.
Y fue tan fácil sentir que caía a la par que el abismo expiraba en su fecha de vencimiento. Entonces caí en lo concreto, ya sin una paz de armisticio, sino con el único artilugio de mi conciencia liberada.
Y vos tomándome de la cintura, sosteniendome en tu cuerpo mismo, como nunca lo habías hecho (y me olías a despedida gris). Yo entornando los ojos, y sonriendo con precisas notas de adagio. La primera vez que recreábamos una imágen romántica, aunque ni vos ni yo creamos en eso. Porque vos y yo nos deseamos desde el primer momento, quisimos tomar del otro hasta vaciar el alma y agotar el deseo (que jamás expira) en el cuerpo del otro, como sirviendo copas de vino en un festival bacan.
Y vos en tu egoísmo, y yo en mi egocentrismo, y vos con tu ideología y yo con mi facilidad doctrinaria. En aquél lienzo escupimos nuestras intenciones, y aquel simbolismo no desmiente lo que dicen tus ojos cuando espío en sus interiores.
Para nosotros, la palabra Libertad es jugar a las escondidas. Sabiendo que siempre hay una esquina, siempre hay una habitación, una canción, una pieza de hotel, donde volvernos a ver. Jugamos a las escondidas y pretendemos no saber en qué sitio estamos, aguardando, escondidos. Y desdecimos al amor, y desenmascaramos todo atisbo de paroxismo conservador.
Hay una suerte de nube que nubla tu rostro, acaso la nicotina que respira tu cigarrillo, una consternación en tus labios y un tacto compungido que recorre mis piernas y me desviste.
Pero yo sólo quiero fundirme en todo eso y en lo-que-sea-que-sea-todo, y qué me importa lo que de mí quede, a quién carajo le va a importar recoger los residuos...
Duermo una siesta, y en algún capítulo del destino, jugamos juntos al desconcierto. Tomamos un colectivo para ir a cualquier parte, a ninguna parte, simplemente ir...
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