Te extraño.
Sí, en secreto y pulverizando el sentimiento en mis pulmones,
de forma tal que se humedece mi alma
y se forman grandes nubarrones de todos los colores
(todo el tiempo llueve adentro mío).
De pronto, estoy hecha tempestades.
Pero lo peor viene a la noche,
porque todo está tan calmo y el silencio incita a romperlo,
en ese momento me vuelvo un diluvio (cual fantasma insurrecto)
(siempre un fantasma insurrecto)
Y cada tanto, un susurro perdido
Y, si te extraño demás, nunca duele menos.
Y, si te extraño de menos, aún así duele más.
Aprendí a evocarte casi sin darme cuenta,
a dejarme traicionar por lo que queda de autonomía en mi conciencia
(conciencia que somatiza inviernos sin llegar).
Entonces me hallo, repentinamente,
agotándome en esquinas o mirando al cielo con melancolía,
hundiendo el cansancio en miles de tazas de café…
Porque te extraño con casi la misma estupidez con la que me niego a afirmarlo.
Pero, sin duda, prefiero esta llovizna
(y su secuencia interminable)
a la aridez
(sequedad que quiebra la piel)
del espíritu.
El alma que no llora, jamás será terreno para sembrar paraísos.
Y mi alma, niño, es el campo más fértil que puedas visitar.
Sí, en secreto y pulverizando el sentimiento en mis pulmones,
de forma tal que se humedece mi alma
y se forman grandes nubarrones de todos los colores
(todo el tiempo llueve adentro mío).
De pronto, estoy hecha tempestades.
Pero lo peor viene a la noche,
porque todo está tan calmo y el silencio incita a romperlo,
en ese momento me vuelvo un diluvio (cual fantasma insurrecto)
(siempre un fantasma insurrecto)
Y cada tanto, un susurro perdido
Y, si te extraño demás, nunca duele menos.
Y, si te extraño de menos, aún así duele más.
Aprendí a evocarte casi sin darme cuenta,
a dejarme traicionar por lo que queda de autonomía en mi conciencia
(conciencia que somatiza inviernos sin llegar).
Entonces me hallo, repentinamente,
agotándome en esquinas o mirando al cielo con melancolía,
hundiendo el cansancio en miles de tazas de café…
Porque te extraño con casi la misma estupidez con la que me niego a afirmarlo.
Pero, sin duda, prefiero esta llovizna
(y su secuencia interminable)
a la aridez
(sequedad que quiebra la piel)
del espíritu.
El alma que no llora, jamás será terreno para sembrar paraísos.
Y mi alma, niño, es el campo más fértil que puedas visitar.
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