“Niña, adolescente, los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica.”

jueves, 10 de septiembre de 2009

IV


Fi du rythme commode,
Comme un soulier trop grand,
Du mode
Que tout pied quitte et prend!

Theophile Gautier, L´Art



En el Bondi, a quince minutos de vos.
Pero el tiempo no comprende que el ser humano es una anacronía.



La ventanita de atrás no se podía abrir, de todas formas el viento parecía entrar (y no sé cómo) mientras me enfocaba en los árboles, algunos descuartizados árboles acomodándose por donde podían.
Vía pública, peatones, A woman left lonely en mi cabeza...

Siempre captó mi atención la forma algodonosa de las nubes… Esa suerte de crema batida salpicada en un escenario celeste, esa cosa vaporosa-blanca-suave-texturada… El alma como vitrola, cuando miraba las nubes falciformes. Esas raras formas contaban historias… retratos surrealistas que dejaban a la imaginación el sentido de sus arabescos.
A veces sentía que aquello se iba a caer, que decididamente todas esas formitas mestizas de vapor y crema caerían sobre mí, y que la sensación sería hermosa.
Que las nubes se caigan, pedía yo, que las nubes se caigan, le decía a mamá. No se pueden caer, nena. No importa, yo quiero que se caigan. Y reflexionaba aplicadamente sobre ello, en aquel colectivo y a cierta distancia de vos.


Nos encontramos en la esquina de siempre, me guiñaste un ojo desde la distancia. Sonreíste y había algo en tu boca que siempre me anticipaba tus primeras palabras. Esa socarronería barata, ese olor a bosque cuando anochece. Non, je ne regrette rien. Y sin embargo yo olvidé darte un beso, se me cayó por el camino, porque yo pensaba en las nubes… Quise explicarlo, con seriedad, y te reíste. No se pueden caer las nubes, nena.


Veredeando por ahí, escatimando en frases romanticotas y de ésas que no nos gustan… Preferimos el Arte al Amor (Como si hubiese tanta distancia entre los dos, como de vos a mí, como del uno al dos)
Discutiendo significativamente si el concepto de abismo postmodernista tenía alguna relación con las tesis de Foucault. Yo a veces creo que no te oía, me limitaba a asentir o a negar, me sentía una niña correteando sin cesar por inundadas calles fangosas y una lluvia que con estrépito me sacudía el pensar. Y qué lindo estaba… Nosotros por ahí, veredeando, atardeciendo.

Después nos tomamos un tren, y yo acomodándome el cabello (siempre despeinado, siempre liberal) y mirando por la ventanilla la caída del alba… Todavía con el uniforme puesto, en la mochila un par de libros y un CD de Miles Davis… Un tipo cantó una balada, y después pasó una gorrita para recopilar algún metálico. El sonido del tren y tu-mano-en-mi-pierna, de pronto la atmósfera me exhibió la delicuescencia de los sentimientos. Hubo algo en la llegada de la noche que me trajo ganas de llorar. Pero las lágrimas no se agolpaban, eran sólo las ganas, era esa humedad de humor recalcitrante. Y recuperé el beso que había perdido en el camino, sellando tu boca por unos segundos. Te quiero pendeja, aunque quieras que las nubes se caigan. No importa, yo sé que alguna vez se van a caer. ¿Sabés a dónde se caen? En las montañas. Vamos un día, a ver qué tal.


Tren, subte, la gente que nos miraba. Caminata por 9 de Julio, y calle Corrientes se me hacía interminable. Me pareció ver en un par de rostros realidades que ya conocía, y extraviarme en un sinnúmero de vidrieras, espiando por novedades archi-pretéritas, artilugios del centro.
Y de pronto, solos. Íntimos y para nada verborrágicos. Tres palabras, como mucho cuatro. El resto eran caricias, y es bien sabido que las manos hablan mejor que la boca cuando de amantes se trata. Les amants du havre…

Nos acostamos en la cama y mirando al techo nos contamos un par de pensamientos. Yo quería salir al balcón, vos querías demorar al tiempo. Había nubes de nicotina, había nubes de sinsabores, había nubes en el cuarto, aliento a recuerdos en tu boca y bocanadas de exuberancia… Queríamos exorcizar la malicia de la expectancia. Mi cuerpo mismo se deshizo en un hermoso almíbar que querías consumir, y yo sentía cómo lo bebías, cómo ensayabas cada inspiración.

Aquel rostro, junto a la ventana, aquella facción ensombrecida (a medianoche todo es mitad luz-mitad oscuridad) que pusiste cuando te pusiste a recordar, hubiera sido una perfecta foto en blanco y negro (y apuesto a que en tus ojos todavía permanecería el asombro, un flash pupilar que retratara mi llegada a tu vida) la foto más linda, que hasta Man Ray envidiaría… Me quedé con esa foto, con esa fotografía sin sacar.

Caminamos el resto de la noche, caminamos hasta agotar fuerzas. Dormimos el resto del tiempo, dormimos hasta que el amanecer frío nos descubrió entre las sábanas. Fue tan perfecta la travesía, tan irrevocable la garantía de volver a vernos, que despedirte en la estación y caminar por mis conocidas veredas locales (vacías, por ser Domingo –tan distintas al Centro-) me hizo llorar, llorar como una niña, como la nena que no puedo dejar de ser…

¿Por qué tanta melancolía, N?

Si las nubes siguen allí y vos podés seguir imaginando que van a caer. Es que alguna vez se van a caer, hay sitios donde ya se caen (en serio, en las montañas, me lo han dicho) y no me importa, yo quiero que caigan. Yo quiero que caigan, y punto.


Los Domingos me hacían sentir que estaba al borde de un precipicio, sin saber bien por qué, yo me acomodaba en ese borde y movía mis piernas desnudas. Sentía el agua erosionando el acantilado, y era hermoso. Yo era un día que no cabía en la Semana, y me limitaba a merodear en los demás.

Así que recordé, paso a paso, aquél escape nocturno. Mientras volvía en el bondi, a quince minutos de mi cotidianeidad. Nadie sabía dónde había estado, más tarde lo comentaría con un par… De nuevo me atacó ese impulso histérico de querer pasar mi parada y seguir en el colectivo hasta quién-sabe-dónde, hasta ningún lugar. Me dio gracia, mi sentido de orientación por las calles no era el mejor. Vos y yo éramos como una calle intransitable, intransitable pero hermosa, nosotros comprendíamos la metáfora. Y qué se yo cuántas cursilerías más. Un viaje a ninguna parte, eso éramos. ¿Quién dijo que todas las travesías tenían un escenario fijo como objeto?

Arte, mi vida, Arte… Cest moi, déjame entrar en la fragilidad de tus lienzos. Cose mi boca con el hilo de tu saliva, tu boca al zurcir la mía, adereza los castigos de la melancolía con los moldes de tu cuerpo… Y que lo demás sea como lo que sea. Las nubes no se pueden caer, pendeja. No me importa, yo quiero que caigan…






1 comentario:

Anónimo dijo...

Veo que esas letras ignoradas hace tanto tiempo todavía son visitadas, un abrazo Maga, de Oliveira o el Coprólalo, o de nadie.

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