“Niña, adolescente, los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica.”

martes, 27 de julio de 2010



(¿Por qué escribís? Me pregunta, G)


“No es una cuestión de energía, no podría vivir sin escribir.” Simone.






Escribo y no escribo.
La acción y la no acción me definen.

¿Hasta qué punto elijo?

Las Letra me eligen, optan por mis desvaríos, llegan hasta mis dedos, se estrangulan antes en mi conciencia, y atisban luego hacia la hoja, cavilan siempre en sus propias líneas.

Era tan pequeña…

Recuerdo las primeras palabras. En mi caso, fueron dibujos. Hombres y mujeres con grandes piernas y enormes vestidos. En toda la pared de la cocina, esparcidos. “Mamá, mirá lo que te dibujé ¿Te gusta?” Para mí a donde fuera debía haber expresión, sino no tenía sentido, el espacio era demasiado grande y debía ser algo más mío como para sentirme lo suficientemente libre. Adonde iba, dibujaba, escribía, leía, cantaba.

La razón de escribir fue, primero y por aquellos años, entender qué significaba. ¿Por qué no es lo mismo escribir esta frase que aquélla? ¿Cuán diferente puede ser? Más tarde entendí que yo escribo para que me lean, porque escribía muchísimas cartas, el género epistolar me encontraba abierta a su entrada y siempre con iniciativas fascinantes.

Mis primeras cartas fueron para mamá, papá, Gisela, Gustavo. Por aquel entonces ya encontraba en la escritura la mejor manera de hacerme entender. Cuando crecí algo más, descubrí también la oratoria, el armonizar las palabras, su aliteración, su significado, con el habla. Era vital transmitir a los demás. Allí dejé de ser tímida, y comencé a hablar más que nunca. Hasta interrumpí mi tarea de escribir (mas no la vocación) y prefería inventar cuentos con mi voz, cantar, gritar, decir, todo el tiempo decir.

Así fue como llegaron las primeras reuniones de mi mamá con el colegio y con otras madres “¿Qué le dijo su hija a mi hija? Explíqueme” No era normal que tuviese siete años y hablara de lo que hay más allá de la muerte, y de que yo no era humana sino que venía de un universo lejano. Pobre mamá, al principio no me entendía, pero jamás me retó (ni una sola vez) por mi fanática manera de construir ficciones en el aire, de alzar la voz.

A mamá le cantaba todos los días. Era y es mi espectador número uno. Nunca me dejó de aplaudir. Siempre me pedía una canción más. Yo cantaba en español, inglés y las famosas canciones en japonés que me gustaron de muy pequeña. También cantaba en “anaringolado” (te acordás, mamá?) un idioma inventado, un idioma mío.

Cantaba. Bailaba mucho. Descubrí que adoraba mover el cuerpo. Descubrí que me encantaba ver que los demás me veían cuando lo hacía. Fue allí, en ese preciso instante, cuando descubrí al Arte. Eso era Arte. Transmitir aquello. Hacer o producir algo, y ver que en los ojos de los otros hay un brillo que denota que por detrás de sus ojos - y más atrás también- (y más profundo) hay una emoción generada. Nada nunca me fascinó más que eso. Nada. Esa fascinación fue mi primer amor. Admito que me enamoré del Arte primero, y después amé a los seres humanos.

Después aparecieron mis primeras desilusiones. Yo entendía que uno nacía y por el solo hecho de nacer, Dios le otorgaba la facultad de hacer lo que quisiese y lo que más amase de la vida. Pero no era la única con planes y problemas. A mi alrededor muchas cosas comenzaron a desmoronarse. Dios mismo dejó de existir. No lo entendía ¿Por qué era así? ¿Por qué lloraba? ¿Por qué las lágrimas? ¿Por qué la angustia?

No podía, no me dejaban, ir a las clases de danza. No podía cantar, porque ya no me escuchaban. Mamá estaba tan ocupada. Papá no quería que yo soñara con el Arte. Mis brazos, mis hermanos, se debatían en sus propias decisiones y uno de ellos sufría tanto...

Decidí renunciar. Demasiado joven era, eso me marcó para siempre, de muy pequeña opté por renunciar (secretamente uno no renuncia jamás, G, me lo dijiste vos y hoy lo entiendo)

Lo único que nadie me quitaría jamás serían mis letras y mis pensamientos. Todo lo demás, lo quebraría. Mis piernas, y no podría danzar. Mi voz, y no podría cantar. Mi amor, ya que mi corazón se rompió al claudicar tempranamente. Sólo tenía mis Letras, mis Libros, y un olvido plagado de memoria.

Llego hasta hoy, llego hasta Trascender. Hoy sé por qué escribo, escribo para trascender. Escribo porque nadie me lo puedo quitar. Escribo porque me inspira el acto mismo de escribir y porque quiero inspirar. Trascender es la mejor manera de uno no estar solo, de llegar a otro, que llega a su vez a alguien más ¿No es ése el sentido de la Humanidad? Seres dotados de alg más que el simple absurdo de ser, dotados de una motivación que con distinto signo llega y quda, se va y vuelve.

Escribo porque es la mejor forma de ser. Soy cuando escribo. Lo que escribo, soy.






N.



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