“Niña, adolescente, los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica.”

sábado, 10 de octubre de 2009

"Mito...
mito mío
acorde de luna sin piyamas
aunque me hundas tus psíquicas espinas
mujer pescada poco antes de la muerte
aspirosorbo hasta el delirio tus magnolias calefaccionadas
cuanto decoro tu lujosísimo esqueleto
todos los accidentes de tu topografía
mientras declino en cualquier tiempo
tus titilaciones más secretas
al precipitarte
entre relámpagos
en los tubos de ensayo de mis venas."
Oliverio Girondo, Mito.




Jugamos a la Rayuela en las veredas de la ciudad (cuando ésta callaba y las miradas no se detenían para encadenarnos las piernas, los brazos, la boca, los ojos...) tirando la piedrita cada vez más lejos y desdibujando los límites de tiza, con caídas y raspones, tropezones a lo torpe, alzando las manos al cielo en el que estábamos acostumbrados a creer. Hasta que no quisimos tomar la comunión, y Dios dejó de significar ese tipo grandote de manos compungidas y mirada triste que se cierne sobre todos. Entonces descubrimos la Teoría de la Relatividad, y el tiempo se nos convirtió en un colador de esperanzas, un helado que derrite instantes y tratamos a lo bruto y veloz de saborear antes de que escape totalmente con su magnánimo placer de derrochar lo efímero (y que se nos hace eterno en el alma, como los suspiros nocturnos, los chirridos en la mesa y el frío de las correntadas antárticas).
Entre el Cielo y la Tierra, con los acordes más tempranos, escapamos de la miseria y nos refugiamos en la conmiseración (porque aún no habíamos descubierto que por la Soledad se empieza) Nos enamoramos y le pusimos nombres a todos los seres vivos que delante de nosotros se cruzaban, pero jamás entendimos quiénes eran (hasta que nos topamos, en una esquina, en un par de noches, con dos o tres cigarrillos, con cuatro o cinco canciones, con sábanas rotas y los mismos colchones, con mil amantes y mil puntos de vista, pero bailamos juntos y el juego de seducciones abarcaba un desafío claro...)
Y mientras, reíamos con acérrima envidia de aquellos días que aún no llegan, y mirábamos cine de Almodovar y leíamos con gracia a Rimbaud, recordando los precipios y acercándonos a contemplar el alba, mientras a los acantilados los sigue desgastando el agua como las lágrimas a las mejillas, y la realidad a la Vida... Escupimos un par de versos en una hoja rayada, dijimos que nos llamábamos Damián y Úrsula, protestamos y nos quedamos callados, sabiendo que nos quedaban mil carreteras que recorrer... (Todavía creíamos que el mundo se reducía a un preciso kilometraje y ascensores, la Geografía no trascendía de los mapas y las indicaciones, hasta que dormimos juntos, despertamos abrazados al cuerpo, a las ilusiones, al alma, a la deseperación del otro - y, después, nos alejamos- fue cuando entendimos que hay mil maneras de reparar corazones sin que éstos vuelvan a ocupar el lugar que antes tenían...)
Y se nos hicieron añicos los pétalos que guardamos de nuestra primer primavera juntos, cuando creíamos que todo se podía y decidíamos que haríamos mil cosas a la vez (y curiosamente todas bien, y verazmente todas únicas) Las fotografías que ocultamos de las miradas de nuestros viejos para evitar el cadalso de sus prejuicios, los graffitis y los afiches con los primeros discursos políticos, las lágrimas en las despedidas y los abrazos que dimos y se los quedaron los demás... Todo eso que dejó huella, dejó rastro, pero no permaneció con nosotros (es que la patria potestad de nuestra deseperación por lo besos y los abrazos rotos la tiene un extraño ente que jamás nos devolverá todo eso)
Nunca compartimos el mismo concepto de amor, de vida, de muerte, de fidelidad, de relaciones interpersonales. Las concepciones diversas nos hicieron tomar diferemntes rumbos, pero qué injusto el Universo que no valoraba nuestra similitud de alma. ¿Por qué los convencionalismos separan las verdades propias? Esa liberal delimitación de lo que es mío y lo que es tuyo. Yo jamás fui propiedad privada de nadie, creo que ni de mi misma. La división internacional del trabajo nunca nos ayudó a ser más prácticos, mientras desayunábamos en corredores y el almuerzo era entre pinceles. Y los atisbos de mi identidad preciso haberlos esbozado con las misma lágrimas con las que lloré tu partida.
Ayer, caminando, me encontré en el número nueve de una Rayuela... A un paso del Cielo, y me puse a recordar. Caminando con camisa y tacos negros, en una ciudad repleta de hombres y mujeres pertrechos, con un sol fuerte y un viento helado, tuve que volver a mi cuerpo ¿Dónde había estado? (Me encapsulé a mi suerte, deshice el eco en el que me había convertido, porque la fragilidad no cobra sueldo y la cordura no puede suicidarse en las calles impunemente)
De pronto hiso tanta nostalgia que hasta el Cielo se puso gris, que el frío se corporizó en mí y me quebró la hilacha de la normalidad. Cuando a la tarde estallaron las estocadas finas de la lluvia, emprendí el regreso y la Rayuela se había borrado... Y pensar que tantas veces habíamos jugado. Hoy parece un mito, hoy parece una leyenda. Y pensar que tantas veces fuimos niños, y quiero serlo hoy de nuevo, entonces tiro el paraguas y me mojo hasta el tuétano (sonriendo y feliz de estar viviendo de nuevo)
Porque si entrando a un café suena Cat Power, o alguien enciende un cigarrillo en soledad y al lado de un malvón, probablemente nos estemos cruzando en alguna esquina genuflexa de esas que escapan a la topografía y en la que nos supimos conocer y también decir adiós.
Entonces ya no me sentí tan mal, todavía hay miles de niños como Úrsula y Damián, que todavía jugarán Rayuelas (pero ellos no lo sabrán, no como nosotros)


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