“Niña, adolescente, los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica.”

martes, 20 de octubre de 2009


Ofelia
Arthur Rimbaud
I
En las aguas profundas que acunan las estrellas,
blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio,
flota tan lentamente, recostada en sus velos…
cuando tocan la muerte en el bosque lejano.

Hace ya miles de años que la pálida Ofelia
pasa, fantasma blanco por el gran río negro;
más de mil años ya que su suave locura
murmura su tonada en el aire nocturno.

El viento, cual corola, sus senos acaricia
y despliega, acunado, su velamen azul;
los sauces temblorosos lloran contra sus hombros
y por su frente en sueños, la espadaña se pliega.

Los rizados nenúfares suspiran a su lado,
mientras ella despierta, en el dormido aliso,
un nido del que surge un mínimo temblor…
y un canto, en oros, cae del cielo misterioso.

II
¡Oh tristísima Ofelia, bella como la nieve,
muerta cuando eras niña, llevada por el río!
Y es que los fríos vientos que caen de Noruega
te habían susurrado la adusta libertad.

Y es que un arcano soplo, al blandir tu melena,
en tu mente traspuesta metió voces extrañas;
y es que tu corazón escuchaba el lamento
de la Naturaleza –son de árboles y noches.

Y es que la voz del mar, como inmenso jadeo
rompió tu corazón manso y tierno de niña;
y es que un día de abril, un bello infante pálido,
un loco miserioso, a tus pies se sentó.

Cielo, Amor, Libertad: ¡qué sueño, oh pobre Loca! .
Te fundías en él como nieve en el fuego;
tus visiones, enormes, ahogaban tu palabra.
–Y el terrible Infinito espantó tu ojo azul.

III
Y el poeta nos dice que en la noche estrellada
vienes a recoger las flores que cortaste ,
y que ha visto en el agua, recostada en sus velos,
a la cándida Ofelia flotar, como un gran lis.

De vez en cuando tu voz se hace oír. Hace cuántos Abriles me olvidé de tí, Ofelia. Como si no fuera suficiente, esa impertinente tonada derrota mi paciencia. ¿Por qué vuelves, pequeña? tan extinta estás, como las luciérnagas, esos bichitos de luz que perseguíamos juntas... Hace tanto que has dejado de ser parte de mí, hace tanto que decidí dejarte atrás, es casi injusto que hoy me reclames parcelas de mi cuerpo que no estoy dispuesta a entregar... Estás mejor así, lejos, lejos, mejor vete... Pero no, siempre vuelves. Vuelves refugiada en un hermoso Arte de amar que me obliga acaso a odiarte un poco más, porque no puedo entenderlo. Vuelves con la égida de tu inocencia y con la intención de sonsacar retazos de mí, de mi antiguo ser. Ser que ya no soy, molde de lo que fui. Bebé, bebé precioso, bebé que creció y se hizo niña, como las semillas se tornaron flores y el fuego devino en cenizas. Un poco más de lo que te odié, un poco más de lo que te sentí volvió a derrotarme y a emerger, de tan prfundo, de tan honda fosa como sólo la inmesidad de los océanos podría reflejar. No recuerdas el por qué de mi odio, y yo te odié por encontrarte en sótanos oscuros cantando en voz bajita y dibujando las paredes. Yo te odié porque no pude amarte, porque me perdí y vos creciste, me perdí y vos viviste. Evité volver al temprano insomnio en el que me sumían tus ilusiones de habitaciones bajas y balconcitos húmedos, de princesas celestiales y volátiles monstruos. La última vez que te ví, tenías no más de lo que yo tenía, no más largo tu cabello que el mío, no más pequeña tu esperanza que la mía. Recuerdo haber querido llorar, correr, huír de aquella aparición que es tanto en función a mí. Y que no es nada en función a todos los demás...
Ofelia, pequeña, ya no somos iguales. Huye cuanto antes y refugiate en el lago, como lo intentamos tantas veces en el pasado. Olvidate, muérete, piérdete... Pero no dejes de luchar. Continúa luchando, como arcano del silencio, por todos aquellos rostros que me empeño en recordar (cuando de noche estoy sola, cuando las sábanas me descubren los pies y con un extraño azar has decidido sentarte allí, a mi lado)
No puedo quedarme en el cementerio, no puedo quedarme a zurcir recuerdos con el diorama de mi pasado.
No es que no te quiera porque te odie, es sólo que no puedo... La fragilidad de mis huesos no sustenta tus anhelos benefactores. Huye, Ofelia, vete lejos... Entre las madreselvas y las figuras de conejos. A las dos nos gustan tanto las nubes... Enamorate, pero del viento, sé amante de los pastizales lejanos y susurra tus maldiciones hermosísimas perdida en la pastura y en esa noche que no termina cuando tú estás allí...

Bonita Ofelia, no te quedes en mí, es terreno minado para ángeles como vos. Salí de acá, pendeja, andá a bailar un rato más... No llores lagrimitas berretas ni perpetúes mi soledad.



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