“Niña, adolescente, los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica.”

sábado, 29 de agosto de 2009




Caminando esas calles sola, la Maga se inventaba finales alternativos a su caminar nocturno. Quizás alguien salía de la nada, tal vez un asaltante. Tal vez una bala le atravesaba el pecho, y sintió cómo sus ojos se abrirían grandes. Una bala en el pecho haciendo un agujero en sus pectorales, así debía de sentirse, como un instante interminable y un frenar del tiempo tan repentino que todo lo demás se sacude en uno. Todo lo demás sacudiéndose y cayendo, como libros escupidos por enormes estanterías. Pero ante todo, nada de eso ocurría. Sentía una bala en el pecho y que alguien le había robado, pero ella caminaba sola del brazo de su madre, en aquellas calles oscuras y alumbradas por postes de luz casi naranjas en su amarillo, casi lunáticos en su inocencia. Qué linda noche para no dormir y escaparse… Todas las noches era para la Maga el hospicio perdido.
Siguió caminando e imaginando los finales alternativos. Tal vez un secreto descubierto, tal vez un hallazgo en el suelo, a lo mejor ser testigos de un crimen, u observar a una pareja peleando. Agudizó la vista como para predecir el siguiente movimiento, pero la noche estaba tan quita que casi se sintió triste.
Quizás alguien hiciera sonar su celular, y sintiera el frío cortando su frente, o a lo mejor caminaría tan rápido que se torcería el tobillo y gritaría de dolor en una esquina desierta mientras su madre llamaba a alguien para auxiliarla.
Pero ante todo, nada de eso ocurría. Los cabellos se le enredaban en la cara. Y ella sentía los tobillos quebrados y a su madre en una silente complicidad y a alguien buscándola en algún rincón del mundo. Alguien buscaba a la Maga, alguien al menos la estaba buscando… Pero ¿la encontraría?
Y de pronto miró el firmamento azul teñido de negro, y sintió que quería abrazarse al viento. Con aquel cielo enlutado por la pérdida de paciencia de la Maga respecto a la vida. La Maga no era paciente, no, nada de eso. Necesitaba un abrazo del viento, un abrazo ventoso. Pero no, del viento no, porque el viento se escurre. Un abrazo ventoso no, porque esos son los que más duelen. Le bastaría abrazarse a un árbol de fuertes raíces, no le importaba parecer loca. Fusionarse con la corteza, ser un talo falciforme. Pero las calles estaban demasiado desoladas, y hacía mucho frío, y demasiadas caras raras como para detenerse a cumplir oficios ecológicos para sí misma.
La Maga y su madre caminaban cerquita, una del brazo de la otra, faltaba poco para llegar. Habiéndose tomado el colectivo equivocado, bajaron en una parada cuyas gentes circundantes no eran de fiar. Caminaban rápido y mirando para todos lados. Ya habían asaltado por ahí. Con la respiración casi contenida y la vista agudizada caminaban rápido. La falda de la Maga bailando en sus piernas, y el cabello negro y despeinado. Las botas de su madre apurando el paso y sus labios balbuceando una suerte de oración.
Y las cuadras se hacían kilómetros imposibles de recorrer. Una fatiga de insolación le pesaba en la frente. Un sabor amargo en la boca, en su boquita destilada. Un rostro ya sin color. Sentía que ya no estaba en su cuerpo, que su alma se había hecho vapor. Qué reflexiones idiotas de repente entorpecían su andar.

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