Uno a uno, va desabrochando los botones de su vestido,
sus manos (casi ágiles, casi ciertas) rozan sus poros.
Y por un momento mira sus manos,
por un momento, por casi un segundo,
no es el hombre que fue una vez...
Pero ella es la misma niña...
Poco a poco, desliza sus labios en cada porción de piel,
sus labios siguen fríos (tan pequeños y vacíos) y se alejan.
Y de pronto recuerda su rostro,
en algún instersticio de tiempo, perdió ese segundo,
no es la misma nena con ese vestido...
Pero él se siente el mismo hombre.
Y entre tambaleos y suspiros, y sexo embebido de dolor,
algo había en la yema de sus dedos
que le ardía como ácido cuando tocaba el amor.
Tenía sabor a prohibido, lloraba deseo en la noche,
pintada de blanco y teñida de negro,
casi consciente de que estaban en falta.
Y paso a paso fue devolviendo gracia a su cuerpo,
con cada roce de sábanas,
y cuando amaneció, ya no sabía ni qué decir.
no más que el silencio, amor, no más que un adiós al partir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario