“Niña, adolescente, los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica.”

martes, 11 de agosto de 2009

Él la conoció libre y ella jamás aceptó más que la libertad… Porque Verónica se reviste de Josefina, y ambas son facetas de su cuerpo hecho vida, de su cuerpo hecho penumbra y tempestad.

Él la conoció libre, y ella no aceptaría menos que la libertad…

... Libertad a la que se aferró por redescubrir a la vida zumbando entre palabras, a la par de que se despertaba del letargo de esa etapa que vivía (despertándose dormida, luego de un adormecerse que casi amenazaba su estadio vital)

Ella lo conoció en uno de esos espacios de virtualidad, lo conoció casi lejos y cerca, cercano y lleno de ternura, en uno de esos mundos en los que las palabras de pronto tomaron un verdadero sentido y completamente abnegado para sostener el permiso con el que el viento traslada notas de incredulidad. Incredulidad y hasta risa, por intentar sostener algo más… ¿Qué más que solventar distancias y socavar penas viejas con el delirio de querer?

Pero aquello fue cierto, en cuanto no podía creerlo, lo sintió así... Así nada más... Quiso partir o quiso llegar. Verónica siempre quiere partir o quiere llegar. Y la sombra de un Gonzalo acechando a su propia Josefina, y el cuerpo que le tiembla y la piel que se le torna fría.

Querer irse, querer volver, querer partir, querer llegar. Siempre querer y buscar algo distinto, porque lo que ella busca es verse como en un espejo, en alguien más.

Viajar… Tomándose un tren, para irse lejos (pero casi sin moverse del propio lugar).

Sintió ansias de ver y descubrir: ¿Querer u olvidar? Como morir y vivir, dos caras de la misma moneda. Y de pronto sintió deslealtad, pero no le asustó porque ella quería ver más…

Y la distancia no irrumpe ni mortifica al empedernido que desea, o que glorifica, algo más que la tranquilidad posterior a una tempestad.

Las uniones verdaderas no siempre se hacen bajo la misma bandera, y esto es porque hasta se menosprecia lo propio, hasta se agotan las fuentes de inspiración, y el amor nace sin Patria o al menos el deseo no corresponde a las barreras.

Y ellos eran de esas personas que inspiran catarsis, que inspiran amor en sus obras diarias. Tal vez él no lo supo, tal vez ella no lo notó. Tal vez ella sonrió, divertida, y el recordó con melancolía la última vez que alguien se rió así.

Josefina le escribía cartas a Gonzalo, y Gonzalo ensombrecía su costado verdadero. Josefina lloraba y a veces arrojaba maldiciones al mismo cielo, al propio techo, al propio abismo en su pecho. Y allí aparece él, como cruzando fronteras… “Me das miedo, monstruo americano” Pero compartimos la misma América…

Se perdieron en sueños que recuperaron en el camino de la ilusión y descubrieron restos putrefactos de viejas plegarias por haber sentido amor. Hablar así, prometerse de esa forma, era como luchar por unir dos almitas que raramente se hubieran encontrado de otra forma. Había algo mágico en esa suerte de reforma, de esperanza sostenida. Josefina, acaso Verónika, acaso ella misma, seguía sintiendo que aquella relación podría ser incierta, pero no mala ni dañina.

Y ella sale y le falta él, y ella sale y piensa que sería bello tenerlo cerca. Acaso más de lo normal.

Y él se despierta soñando con ella, desdibujando rastros de lo que pudo ser y proyectando que aquél cuerpo y aquella mano de a quien quería suya sólo suya fuera.

La libertad está en las elecciones y los caminos forjados a la luz de la verdad. ¿Cuál era la luz de la verdad? No importaba, sólo era luz… Y la luz de por sí es hermosa, transparente y vívida como los cristales, como el cristal de la distancia que no les impedía verse. Como el cristal es el corazón que hasta la forma en que se rompe es bella…



1 comentario:

Efita dijo...

Simplemente hermoso.. No se que decir.
Gracias :)

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