“Niña, adolescente, los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica.”

lunes, 31 de agosto de 2009


De nuevo esa sensación de náusea, y el incorregible estadio de trance intermedio.
Y yo seguía leyendo Rayuela, porque a la par de aquel creciente desfallecimiento surgía - también - una emoción clara e intransigente.
Aquella emoción me devolvía a la vida, aunque a veces parecía que me la quitaba. Misma emoción para dos acciones tan opuestas (la dicotomía del nacer y morir). Pero aquella emoción me traía vida, al menos MI concepto de vida, aquella páginas me devolvían el Ser.
Llovía como hacía mucho que no, y la clase de Literatura versaba sobre El eternauta y las hipótesis sobre la nevada radiactiva, y aquel viajero del tiempo.
Pero N no estaba allí, N seguía embobada con los artilugios de Dalí y elevada hasta el Cielo por la anacronía de Cortázar. La noche anterior había reflexionado sobre ello, y al llegar a la escuela esa mañana se sentía casi ajena, casi alejada, pero sin que le generara ningún tipo de extrañeza.
Último año de escuela, hermosa brecha y perfecto atizador para la Libertad Consecuente. El año próximo Letras, y ésa tarde Sartre, Chopin, Goyeneche, y por la noche la carpeta de Cultura porque a la mañana siguiente había prueba de Lógica.
Había pasado la tarde anterior conversando con Fabricio, rechazando la invitación de Emilio, pensando en qué estaría haciendo Pablo. Y tantas dialécticas distintas que encontraban un punto de inflexión en ella. N no quería más que leer y escribir, frenéticamente, estrambóticamente, a uso y abuso de lo que quedaba de genialidad en ella para encontrar lo que sea que estaba buscando. Leer, pintar, escribir, viajar, vivir...
El atisbo de realidad le llegó de pronto, la golpeó incestuosamente, la despeinó y le quitó el aliento. El diorama de ficción como papel de filtro para lo que sea que saliera de su cabeza, y pensar que a la mañana siguiente sería la evaluación de Lógica ¿De qué clase de tautología estaría hablando? Y la causa de la invasión extraterrestre, y el reloj de la profesora, y el papel de caramelo de menta sobre la mesa, la presión baja y el rostro de N casi transparente hasta la estúpida palidez.
Casi las diez y media, el recreo a punto de comenzar. Rayuela en su regazo, lapicera chorreando tinta en sus manos, la gente alrededor y ella sin estar.
"Estás irreconocible, N, tan distinta" Le había dicho su madre, con cierta preocupación y comparando de manera retrospectiva. "¿Cómo estás, N, cómo-está-TODO?" Le preguntaba en cada charla su padre con el acento de la cordialidad que funciona sólo para entendidos, acentuando la última porción de incógnita y subrayando con aquella palabra una cosa muy puntual y poco abarcativa. Todo estaba bien, TODO estaba, todo. Pero todo había cambiado, y eso era lo que más le gustaba a N. Mientras el mundo se siguiera moviendo al ritmo de ese arrabal y con la ciudad respirando entrecortadamanente, ella seguiría persiguiendo, persiguiendo, persiguiéndose acaso, lo que fuera...
N quería leer, N quería escribir, N tenía sed de vida y aborrecimiento de ella a la vez, N con fuerza, N con polifonía, N con vorágine y tempestad, se le hace agua la boca...
Los mensajes de Fabricio, la persecución de Emilio, Oliveira y su querido pavloviano. "No te podía dejar pasar" jaja, qué gracioso, F. Era exacto lo que le sucedía a N, no podía dejar pasar la oportunidad de sentir todo lo que estaba sintiendo, las emociones, las sensaciones, las ideas, los sueños. Al carajo con los lineamientos, a la mierda con los prejuicios, y dos mil años de historia le daban permiso (así complacería a Goethe)
Todo era todo, era mucho, era un infinito apelmazado entre sus manos ¿Y qué hacer con eso? TODO era un todo hermoso, fatídico, angustiante, excitante, desconcertante, rayando la locura en la ignorancia amedrentada por tanto saber... Miró a su alrededor, y todos ellos conversando, cada uno un microcosmos y el Gran Universo sostenido por sus existencias, cada tacto escoge qué relieve desdecir.
Y de pronto quiso correr, bajo la lluvia, lastimarse la piel con el frío cortante, mojarse el rostro y reírse con desenfado. Desesperada ante lo nuevo, lista para ver más allá.
Ni siquiera le gustaba tanto lo que estaba escribiendo, pero las palabras le exigían salir (a ella, que jamás les discutía su mandato, extraña dictadura la de las palabras ahogadas) y alguna vez, recordó, había escrito "No me salen las palabras, se atropellan, se ensimisman..." y alguna vez le había dicho "Nos veremos, yo acá me quedo y acá espero también..." alguna vez después de esas líneas se tomó un colectivo y esperó ir a ningún lado. Qué lindo ¿no? viajar a ninguna parte, acto mismo de viajar, acto mismo de ser. Quizás se bajó de ese colectivo, pero parte de sí quedó allá, y habrá seguido hasta la terminal y se habrá dormido apretujada contra la ventana entreabierta porque el aire no la dejaba respirar.
N nunca estaba segura de qué estaba buscando, pero había encontrado dulces perfidias en el camino. Qué adorables tesoros, qué espinas haciendo sangría y el ímpetu del yo en disfrutar del dolor que inspira poesía (y ahora Werther en su más honda estupidez, y nuevamente el ególatra victoriano)
La Maga camina destilando una calma absoluta y bella que se traduce en turbulencia, una melancolía monocorde con el erótico vibrato crepuscular. Y Xaj la había llamado la noche del Sábado y le aseguró que con la viola podía dibujar esa melacolía, esa que era ella, ese gris constante, ese índigo incapaz de desteñirse en cualquier solvente.
El cuadro de Magritte, el moño (Channel) en la cabeza de Gala, la sonrisa de Amelié, el "Baby, Baby, come and get me..." improvisado a lo Janis Joplin. Ya no era necesario contabilizar las punzadas que golpeteaban su ser, o contar los moretones, porque bastaba traducirlos en Letras, hacerlos canciones, dibujarlos con carbonilla y sostener lo poco que se puede sostener. Siempre que terminaba un texto, una pintura, una canción, miraba y se veía, éso era un espejo y le parecía magnífico.
Entonces todos somos una naranja mecánica, y el ser humano es una antena a la que hay que entrenar para captar todas esas increíbles longitudes de onda sin restringirse a la productividad (a esa onda en especial, la H1N1, como la que había ensayado con Xaj) N no estaba allí...
N siempre estaba más allá... ¿Estaría muerta? De vez en cuando lo pensaba, de vez en cuando atribuía a la muerte aquellas sensaciones de surrealismo extraterrenal que la alejaban de todo. Todo aquel delirio de omnipresencia que algunos tildarían de narcisismo.
Tocó el timbre, escuchó unos acordes de guitarra en el fondo del salón, la preceptora ordenando, los chicos entrando al aula, la vida sin continuar que continuaba esmerándose por no escatimar en gastos.
Afuera llovía, acá no había aire, y qué pena no poder estudiar respirando la tierra mojada.
Nadie mataría en su alma el deseo ferviente de desenmascarar ese hábito peliagudo y doctrinario que encontraba su paroxismo ideológico en las instituciones arcaicas diseñadas para especular con el amor, reducido a costumbre occidental. N no quería casarse, ni formar familia, aunque esto último podría cambiar no creía que lo primero lo hiciera.
Y de nuevo a la clase de Literatura, y el planteo de hipótesis, de nuevo ciencia ficción, y N quería leer a Pizarnik. Después vendría Proyecto de Investigación y esperaba el resultado de su prueba, recordando haber escrito algo que distaba mucho de la materia pero que de alguna forma relacionó con Mario Bunge y la Ciencia aplicada (¿Por qué continuar hablando del método experimental cuando teníamos las vanguardias del sigo XX y el dadaísmo para explorar y subvertir?)
Después de todo, por qué seguir siendo una fantasma mecánica (y no exprimir el jugo aguardando a formar aquella solución astringente que deborara a los fantasmas viejos, con aliento a vino barato)
Buenos Aires, y menos que eso, el Conurbano, y menos aún, San Miguel, y más precisamente, una esquina entre Conesa y Paunero. En un rincón visto siempre pero jamás retratado, una mina cualquiera se cruza y un pibe la mira para confabular. ¿Te acordás la pequeña persecución, Emilio? casi risa, casi gracia, casi ternura, fue interesante... Yo venía de Capital, de otro de mis escapes ilegales.
Será que mis diecisiete son una definición ontológica para plastificar el tiempo. Yo NO tengo edad, yo soy el acto mismo de Ser, y ser es la mejor forma de probar que existimos, de sostener la realidad...
Y existir... ¿Hay algo menos lógico?
Finalmente la náusea iba desapareciendo, porque había vomitado gran parte del malestar (pero siempre quedaba) Y se rió de sí misma porque de pronto se imaginó, imaginó su interior, como una gran despensa con delirio de artista, escupiendo melancolía y relacionando casi simbióticamente al amor y a la mentira en una danza sin piedad. Casi una Eva de Mark Twain. Y siempre Casi, porque nunca se es completamente.
Y Borges el artífice de la Web porque fue él quien dio inicio a la virtualidad con su escritura abriendo un sinnúmero de ventanas al lector. Diario La Nación, del Domingo anterior.

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