“Niña, adolescente, los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica.”

domingo, 30 de agosto de 2009

No se detuvo a mirar si todo en la habitación estaba dispuesto de igual forma desde la última vez. No tenía necesidad de hacerlo, y aún no podía. Habiendo entrado, así de repentinamente, sintió que irrumpía en su propia imágen pasada, sintió que no tenía derecho a estar allí y la verguenza le acicaló el cuerpo. Allí estaba, allí sin observar, casi sintiendo que era observado por todo lo demás y sin ser él quien arrojaba luz sobre las sombras del espacio. El antiguo espejo, las paredes claras, la ventana cerrada y las cortinas lavanda, las podía ver sin mirar. Un escalofrío le recorrió el cuerpo entumecido por el cansancio... Largo viaje hasta allí, largo viaje atravesando el océano para repatriar su identidad. Tanto tiempo había pasado y sin embargo hay cosas que nunca cambian, hay cosas que basta con recordarlas para que vuelvan a ser lo mismo (lo que siempre fueron y uno no lo entiende, claro)
C est moi, querida habitación, C est moi...
En esa habitación donde vio nacer y morir esperanzas, donde experimentó sus primeras tristezas y escuchó la música a la que se haría devoto de por vida. Donde escondió secretos, descifró viejas verdades, escupió miseria y respiró codicia. Y hasta recopiló angustias encorsetadas con el torso de alguna mujer que lo entrenó en el arte del erotismo. Fumó los primeros cigarrillos y redactó los primeros ensayos. Aquélla habitación tenía el sabor agridulce del recuerdo que marca.
(...)

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