“Niña, adolescente, los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica.”

sábado, 29 de agosto de 2009



(en una noche que no se parece en nada a la de ayer)

No me salen las palabras. Se atropellan, se ensimisman, se enlistan para partir y se destrozan en el camino. Estallan, se absorben, brotan y se evaporan otra vez. No me salen las palabras, en cambio, se acumulan las imágenes, imágenes como diapositivas del pasado-del presente-de lo que sea. El desdén y el desasosiego, la respiración acelerada, tus manos, mis piernas, la vida, las sábanas. El balcón, las persianas, las cortinas, la seda, las medias de nylon, las botas, la pollera, la camisa, el cabello enredado. No me salen las palabras porque la verdad me encandila, las mentiras susodichas edulcoran al Arte en la oscuridad. Mis labios, mi saliva, tus ojos, tu boca. Mis dedos, tu lengua, mi cuello, tu torso desnudo. No me salen las palabras, pero se me caen los suspiros y los gemidos desde las comisuras y sacudiendo todo el cuerpo tendido. Más bien los arrancás, los estirás, los tomás y son más tuyos que míos, estas exhalaciones e inhalaciones desesperantes y agitadas. Mi cuerpo se hace más tuyo que mío, menos mío porque más tuyo. Y no me salen las palabras, porque el silencio dice más y estás demasiado adentro mío como para decir algo. Algo rompería el sortilegio, ese algo desataría el nudo tirante, que de tan tirante arranca y lacera pero que no deja de derramar placer.
Entonces se enciende un velador y la respiración se aquieta. El humo del cigarrillo y la mirada confundida. Las piernas que se acomodan, la sábana para alejar el frío. El ventilador dando vueltas y vueltas y vuelta a las palabras que no van a salir. No hacen falta, no. No hacen falta las palabras. Los besos, las cosquillas, los susurros, los pedidos, las fantasías, el calor y la sangre, la piel contra piel, como el verano de los niños. Era una imagen tan de los cuarenta que sentí casi el espíritu del Idol al que nunca me parecí. Y las palabras seguían sin salir, cuando suelo hablar tanto y casi instintivamente.
El balcón y la calle, la calle y los autos, los autos y la gente, la gente y el concierto de luces de la capital de noche. La noche y nosotros. No salen las palabras, no salen, no se dignan a salir. Pensarás que estoy hecha de residuos, que soy un pequeño trozo de basura destilado del caos en el que me encontraste. Pero no es nada de eso, es sólo que las palabras no me salen, y con vos al lado mío prefieren esconderse y dejarme vivir. Los tacos haciendo ruido en el piso embaldosado, las escaleras encolerizantes, la figura barroca y el Buenos Aires de ayer.
La puta madre, las palabras todavía siguen sin salir.

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