“Niña, adolescente, los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica.”

sábado, 18 de septiembre de 2010

A Sofía y a Carlos (Un día los voy a ayudar)

Con lágrimas en las mejillas









Viajaba. Sentada en el último vagón, con la estúpida manía de mirar alrededor (cómo si alguien la observara a ella).
Tan rodeada de gente, gente que le dolía, porque no le hablaban, nadie la saludó al subir y nadie la saludaría. Qué horrible que la gente ya ni se mire, como soslayando la importancia que se supone que tiene el uno para el otro (si es que aún la tiene, y es que a ella eso le duele -es ésa falta-).
Sentada, con el viento en la cara. Eso es Libertad. El único instante del día (Además de los que le regalaba G) en el que se sentía bien. Porque estaba completamente sola y no la angustiaba aquello. Pero le dolía esa niña ("¿Cómo te llamás?" "Sofía") de manitos sucias, pidiendo monedas.
Sofía, qué bonito nombre. Más hermosa debe ser la identidad que hay detrás de esa pequeña esperanza del mañana. ¿Por qué tiene que estar ahí? Porque ahí ya se le rompió un pedacito de inocecia, ya se le fue al carajo un tocazo de esperanza, qué bronca, qué ganas de saber todos los nombres de todas esas nenas y nenes que se ven tan a diario y nadie les pregunta quiénes son. No son más que decorados, pedazos de mampostería real, no son más que zombies caminantes. Y en realidad eso somos todos nosotros. No se supone que sea así.
Antes de subir al tren un hombre, al que ya había contemplado seguidamente antes, se le sentó al lado. Una enorme bolsa de residuos, un montón de paquetes con tijeras. No sabía su nombre, así que le puso "Carlos". Carlos vendía en el tren. Se subió ni bien llegó.
N le sonrió. Carlos le caía bien. Tenía una voz simpática y llevaba tijeras con él.
Carlos comenzó a repartir las tijeras y N le recibió un par. Ojalá se las pudiese comprar todas, ojalá la vida le devuelva el vuelto del capital que chorrea - lleno de mugre - y se lo de en valor, en fuerza para seguir. "Chau, bonita" le dijo Carlos antes de bajar, y en esa sonrisa ella vio tanto cansancio, tanto... Y le sonrió, pero le dolió, y la puta madre, ya eran muchos dolores en esa tarde nublada. Pero no se quejaba por sufrirlos, sino por no poder remediarlos, remediárselos. Una lágrima le bajó por la mejilla. Quería irse con Carlos, ayudarlo a repartir tijeras.
N no parecía trazada para este mundo, a veces se replanteaba si debía estar en él. Entonces escribía, recapitulaba, soñaba, cantaba, encendía un cigarrillo. Pero ese dolor y bronca eran también un motor para escapar del hastío, para continuar en camino, y lograr su cometido. Entonces comprendía que justamente por todo eso, debía estar en este mundo, luchar aunque a veces fuese sumamente impaciente y quisiera estallar y ser de armas tomar. Aunque no la entendiesen siempre. Paciencia, N. No se logra así nomás, no se logra desde la mera intelectualidad, ni desde ideales románticos al mejor estilo fotografía de La Chapelle o Madame Bovary. Estúpidas snobs, no mejoran al mundo vistiendo Dior. Resistir. Resistir. No se logra sino con lucha, lucha constante y revolucionaria, lucha desde adentro para desmembrar al sistema (pero primero conocerlo hasta al hartazgo, por asco que dé).
Había algo que la ponía feliz. Bajar del tren y descubrir cómo la saludaba el tipo del kiosco (Pero N jamás olvida al tren, ni a sus cosos, ni a su gente). Lo más gracioso era que el hombre ni conocía su nombre, lo más profundo a lo que podía atisbar de ella era qué clase de cigarrillos gustaba. Sin embargo, ya de lejos, al descender del vagón, ya elevaba su mano al mejor estilo amigo-de-toda-la-vida y le sonreía como dándole una cálida bien ve n i d a . ¿Por qué toda la gente no será asi? ¿por qué tanta descofianza deslizándose entre los pantalones y los pulóveres de marca? .
Todo eso le dolía. Pero a N le dolía hasta lo más profundo de su ser. Porque N no estaba hecha de gustos, de modas ni de recuerdos nada mas. Ni siquiera era su nombre, ni siquiera su sangre. N es la niña del tren pidiendo monedas, el perro destartalado de la calle sin cobijo y que le recordó a su viejo, Carlos y las tijeras, todos los pendejos a los que les cortan los sueños. Eso soy, no necesito ser una consigna vana ni en inglés, me basta con gritar mi verdad, y si no alcanza: moriré por ella.
No hay manera de concebir la felicidad propia sin contemplar la colectiva. Me hes imposible encerrarme en una burbuja y olvidarme de las heridas que sangran otros. Yo no puedo. Nadie tiene que poder. No se puede,no se debe, no se quiere. Aunque le sea redituable al sistema.
Aunque sea más fácil el egoísmo. En mí no es más fácil. Yo soy ellos, todos ellos. Lo último que me importa es un Yo despegado de ellos. Yo quiero ser por ellos, luchar por ellos, ser con ellos. Ser.



N.

No hay comentarios:

Archivo del blog

Buscar este blog