“Niña, adolescente, los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica.”

viernes, 17 de septiembre de 2010

Viajaba.
El viento en la cara,
la ventanilla abierta.
Eso era ser libre
encontrarse con el viento,
despejar el pensamiento,
sin sentirse pesada.

Aquel perro
escuálido y destartalado,
el de los ojos saltones
incómodo y vociferando.

Ladraba y ladraba y
tan pobre e irónico
tan viejo y lacónico,
inútil que ladra.

Viajaba.
El viento en la cara.
Único momento del día
en el que estar sola
se sentía bien.

Entonces tanta gente,
entonces esa náusea,
y entonces era
siempre el mismo instante
donde nada daba gracia.

Porque no era el perro,
era su padre,
desfalleciendo de a poco,
amargado hasta la médula,
y rompiendo en silencio.

Porque no era la ventanilla,
no era el tren, no era el viento,
no era la soledad ni el estar bien,
era yo y ya no estaba.


N.

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